2 sept 2016

Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico (Parte 2)

Rey de España y Sacro Emperador
En enero de 1519, cuando estaba camino de Barcelona, Carlos recibió la noticia de la muerte de su abuelo, el emperador Maximiliano. Así, en medio de sus negociaciones con las Cortes de Cataluña, se vio metido en el combate por la corona imperial. El 27 de junio, en Francoforte, los electores alemanes lo eligieron por unanimidad Sacro Emperador Romano. La noticia llegó a Barlona diez días después, e inmediatamente cambió todos sus planes. 



Desde Calahorra, mientras recorría otra vez la Península en sentido inverso, Carlos convocó, en febrero de 1520, a las Cortes de Castilla para que se reunieran en Santiago, en la remota Galicia, en un plazo de cuatro semanas. Se escogió aquel lugar únicamente porque estaba cerca de La Coruña, que era el puerto de salida escogido, pero eso provocó la ira de las ciudades de Castilla, que por fin se reunieron el 31 de marzo, apenas cinco días después de la llegada de la corte a Santiago. Votaron de mala gana los fondos pedidos, destinados sobre todo a pagar el costo de la enorme flota de 100 naves que zarpó de La Coruña con Carlos a bordo el 20 de mayo. En el centro de Castilla ya había estallado una revolución.

La brevísima estancia de Carlos en España fue el preludio de un destino que, debido a sus nuevos compromisos imperiales, hizo de él un monarca siempre ausente. Ahora se reunían con él más reinos que hubiera acumulado jamás un gobernante europeo: toda la herencia borgoñona, centrada en los Países Bajos; los inmensos territorios hereditarios de los Austrias, que comprendían Austria dentro del Imperio y Hungría fuera de él; toda la España peninsular, además de sus posesiones mediterráneas, en especial Nápoles y Sicilia, y el continente de América. Sus obligaciones lo llevaban a todas partes; en su memorable abdicación de Bruselas, en 1555, recordó que había hecho nueve expediciones a Alemania, sies a España, siete a Italia, cuatro a Francia, diez a los Países Bajos, dos a Inglaterra, otros dos a África, y que había hecho once viajes por mar.

Es cierto que de todos sus reinos al que más tiempo dedicó fue a España, donde pasó diecisiete años en total, frente a doce en los Países Bajos y sólo nueve en Alemania. Pero también era el país del que más veces se ausentó, con una ausencia asombrosa de catorce años, de 1543 a 1556. Estuvo en España de septiembre de 1517 a mayo de 1520, de julio de 1522 a julio de 1529 (su estancia más larga), de abril de 1533 a abril de 1535, de diciembre de 1536 a principios de 1538, de julio de 1538 a noviembre de 1539, de noviembre de 1541 a mayo de 1543, y de septiembre de 1556 hasta su muerte en septiembre de 1558.


La salida de Carlos en mayo de 1520 fue la señal de la revuelta de las Comunidades, que paralizó todo el gobierno de Castilla durante más de un año. Pese a la derrota de los rebeldes en Villalar (1521), pasaría algún tiempo antes de que quedara terminada la pacificación. Tras su regreso, en 1522, el emperador vivió en España los siete años siguientes. Los castellanos se reconciliaron con un rey que ya hablaba castellano y gobernaba con personal castellano.

Revuelta de las Comunidades
La incertidumbre, las facciones y las revueltas locales continuaron después de la muerte de Fernando y durante la breve regencia de Cisneros. La proclamación de Carlos en Bruselas inició un lento desplazamiento a esa ciudad de españoles (como De los Cobos), que deseaban congraciarse con el nuevo gobernante; en cambio, en España eran muchos los partidarios de los derechos de la reina Juana, que deseaban que su sucesor fuera el infante Fernando. En Castilla volvieron a aflorar a la superficie las divisiones de intereses que Isabel I había ayudado a enterrar. A fin de reforzar la seguridad interna, Cisneros puso en práctica un plan de recluta de una milicia ciudadana de 30.000 hombres, voluntarios procedentes de cada región de Castilla, financiada, sobre todo, por las ciudades. El proyecto hubiera dado a la Corona la independencia militar respecto de los grandes, que, en consecuencia, utilizaron sus influencias para provocar la resistencia de las ciudades. En febrero de 1517 una insurrección que estalló en Valladolid y se difundió rápidamente a otras ciudades, obligó a Cisneros a renunciar al plan.

En la próspera ciudad mercantil de Burgos los comerciantes, que se lucraban con las grandes exportaciones de lana a Flandes, podían aspirar a nuevos favores; sin embargo, su éxito era objeto de envidia en las ciudades del centro de Castilla, cuya frágil industria textil, centrada en Segovia, se veía amenazada por el paño extranjero importado a cambio de la lana. Esas diferencias de intereses económicos adquirieron una importancia crucial durante las Comunidades.

El primer contacto entre el rey y su reino, efectuado en las Cortes de Valladolid de febrero de 1518, no fue desfavorable en absoluto. No se miraba a Carlos como a un extranjero. Después de todo, hacía muy poco que Castilla había tenido un rey borgoñón, y los castellanos deseaban aceptar a su nuevo rey, pero eran cautelosos. Le recordaron que Juana seguía siendo la reina, con derechos superiores a los suyos. Como rey, tenía determinados poderes, pero también determinadas obligaciones. "Muy poderoso señor", decían abiertamente, "...nuestro mercenario es"; se trataba, palabra por palabra, de lo que le habían dicho las Cortes de Ocaña al débil Enrique IV en 1469. Era necesario reformar la Inquisición. Había que detener la exportación de metales preciosos; los cargos públicos y eclesiásticos debían ocuparlos únicamente castellanos. El rey debía aprender a hablar castellano. 

La instalación de asesores proborgoñones y flamencos en los carlos oficiales desilusionó rápidamente a los españoles. En los meses siguientes la oposición se centró en tres quejas principales:
  • El carácter excesivo de los impuestos.
  • El nombramiento de extranjeros para altos cargos.
  • La ausencia del rey.
El primer cargo produjo reacciones inmediatamente después de las Cortes de febrero. Se concedieron  a los flamencos decenas de puestos lucrativos; algunos, como el médico personal de Carlos y su preceptor, el cardenal Adriano, recibieron obispados. El nombramiento que más irritó a la opinión pública fue el de Guillaume Jacques de Croy, sobrino de Chiévres, que tenía diecisiete años en 1518 y ya era cardenal y obispo de Cambray, para ocupar la sede más rica de España, el Arzobispado de Toledo, que acababa de dejar vacante Cisneros (fue un arzobispado breve; Croy murió en Alemania en 1521).


Adriano de Utrecht

Los grandes de Castilla estaban ofendidos. Algunos, como Fadrique Enríquez de Cabrera, Almirante hereditario de Castilla, e Iñigo Fernández de Velasco, condestable de Castilla, expresaron su descontento abiertamente.

El rapidísimo paso del rey por Castilla, su salida para Aragón en marzo y su regreso igual de breve antes de embarcarse en La Coruña parecían ser muestras de desprecio por su herencia castellana. La elección al Imperio y el que pusiera su título imperial por delante del español sugerían que España iba a quedar relegada a un papel menor. Mientras que Carlos, al igual que los anteriores reyes de España, había tenido el título de "Señor" o "Alteza", ahora había que darle el de "Majestad". Toledo rechazó la larga fórmula nueva de Sacra Cesárea Católica Majestad. 

Ejecución de los Comuneros

Antes de marcharse, Carlos pasó nueve meses en Zaragoza y un año en Barcelona; en ninguna de esas ciudades chocó con los privilegios locales. En Castilla era diferente. El descontento estalló en otoño de 1519. En Valladolid, se predicaron en los púlpitos sermones airados contra los flamencos. En Salamanca un grupo de frailes importantes establecieron una lista de instrucciones para sus procuradores en las Cortes convocadas por Carlos en Santiago: "se dilaten las Cortes...que los oficios no se den a extranjeros...que no se conviertan en servicio ni repartimiento que el rey pida...que las Comunidades destos reynos no caigan en mal caso, mas es su servicio [de Su Alteza] estar en ellos a governarlos por su presencia, que no absentarse...". La palabra clave, Comunidades, no significaba más que eso, las comunidades, las ciudades y villas del reino, pero ahora empezó a adoptar un tono más imonoso.

Un mes antes de que el emperador saliera de España, Toledo se levantó. Sus regidores, entre ellos Pedro Laso de la Vega (pariente de los Mendoza) y Juan Padilla, ayudados por María Pacheco (esposa de Pacheco, hija del segundo conde de Tendilla), se hicieron con el mando de un movimiento comunitario amplio y popular, expulsaron a mediados de abril al corregidor del rey y proclamaron la Comunidad. En Segovia, en mayo, la multitud capturó a uno de los procuradores que habían votado el servicio y lo asesinó; en otras ciudades hubo motines parecidos. En Burgos, en cambio, la situación se mantuvo en orden cuando el condestable aceptó la jefatura de la Comunidad. En junio Toledo convocó a todas las ciudades de las Cortes a una reunión, pero en la primera reunión de la Santa Junta de Comunidad, celebrada en Avila en agosto, no estuvieron representadas más de cuatro. A fin de impedir que aumentara la oposición, el gobierno, encabezado por Adriano de Utrecht como regente, decidió castigar a Segovia por el asesinato de su procurador y envió un ejército contra la ciudad. La Comunidad de Segovia, encabezada por Juan Bravo, pidió ayuda; en respuesta, Toledo envió una fuerza al mando de Padilla. Los realistas enviaron un destacamento a Medina del Campo para que se apoderase de la artillería de esa ciudad e impidiera que cayese en manos de los rebeldes; cuando Medina resistió, las tropas, posiblemente de forma accidental, causaron un incendio y media ciudad ardió en llamas (21 de agosto de 1520).


Juan Bravo

La indignación causada por el incendio destruyó la escasa autoridad que todavía tenían Adriano y el Consejo. Las ciudades que se habían mantenido al margen enviaron ahora delegaciones a Avila. "Tú, tierra de Castilla muy desgraciada y maldita eres, al sufrir, que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor", era el texto que figuraba en las iglesias.

Los comuneros ante la reina Juana
Una semana después del incendio de Medina, los belicosos dirigentes de la Santa Junta, acompañados por Padilla y sus hombres, obtuvieron audiencia de la reina, en Tordesillas. Septiembre y octubre de 1520 fueron el momento de máximo éxito de la Junta de Tordesillas. 
La reina Juana vivía apartada del mundo, bajo el yugo del marqués de Denia. Ya llevaba once años recluida en Tordesillas, donde también vivía su última hija, la infanta Catalina. Le informaron que su padre, el rey Fernando, había fallecido. Los Comuneros pretendían devolverle el poder que le había sido arrebatado. En un principio, la causa de los Comuneros parecía ser apoyada por la reina. Pero el movimiento necesitaba algo más que palabras, requerían la firma de doña Juana, que legitimara la revuelta y pusiera fin al reinado de Carlos. La reina daba muestras de lucidez mental, además, la expulsión del marqués de Denia benefició mucho a Juana y su hija Catalina. Pero Juana se negó a firmar documento alguno, lo que restaba legitimidad al movimiento. 



"Ya, después que Dios quiso llevar para sí a la Reina Católica, mi señora, siempre obedecí y acaté al Rey, mi señor, mi padre, por ser mi padre y marido de la Reina, mi señora; y ya estaba bien descuidada con él, porque no hubiera ninguno que se atreviera a hacer cosas mal hechas. Y después que he sabido cómo Dios le quiso llevar para sí, lo ha sentido mucho, y no lo quisiera haber sabido, y quisiera que fuera vivo, y que allí donde está viviese; porque su vida era más necesaria que la mía. Y pues ya lo había de saber, quisiera haberlo sabido antes, para remediar todo lo que en mí fuere posible.

Yo tengo mucho amor a todas las gentes y pesaríame mucho de cualquier daño o mal que hayan recibido. Y porque siempre he tenido malas compañías y me han dicho falsedades y mentiras y me han traído en dobladuras, e yo quisiera estar en parte en donde pudiera entender en las cosas que en mí fuesen, pero como el Rey, mi señor, me puso aquí, no sé si a causa de aquella que entró en lugar de la Reina, mi señora, o por otras consideraciones que S.A. sabría, no he podido más. Y cuando yo supe de los extranjeros que entraron y estaban en Castilla, pesóme mucho dello, y pensé que venían a entender en algunas cosas que cumplían a mis hijos, y no fue así. Y maravíllome mucho de vosotros no haber tomado venganza de los que habían fecho mal, pues quienquiera lo pudiera, porque de todos lo bueno me place, y de lo malo me pesa. Si yo no me puse en ello fue porque ni allá ni acá no hiciesen mal a mis hijos, y no puedo creer que son idos. Y mirad si hay algunos dellos, aunque creo que ninguno se atreverá a hacer mal, siendo yo segunda o tercera propietaria y señora, y aun por esto no había de ser tratada así, pues bastaba ser hija de Rey y de Reina. Y mucho me huelgo con vosotros, porque entendáis en remediar las cosas mal hechas, y si no lo hiciéredes, cargue sobre vuestras conciencias. Yo así os las encargo sobrello. Y en lo que en mí fuere, yo entenderé en ello, así como en otros lugares donde fuere. Y si yo no pudiere entender en ello, será porque tengo que hacer algún día en sosegar mi corazón y esforzarme de la muerte del Rey, mi señor; y mientras yo tenga disposición para ello, entenderé en ello. Y porque no vengan aquí todos juntos, nombrad entre vosotros de los que estaís aquí, cuatro de los más sabios para esto que hablen conmigo, para entender en todo lo que conviene, y yo los oiré y hablaré con ellos, y entenderé en ello, cada vez que sea necesario, y haré todo lo que pudiere." 

Así respondió la reina Juana a los comuneros. La decisión de Juana evitó, posiblemente, una guerra civil. Pero su vida no mejoro, pues el marqués de Denia volvió a su cargo, y la reina viviría treinta y cinco años más de cautiverio en Tordesillas.


Bibliografía
Henry Kamen. (1984). Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714. Madrid: Alianza.

Sanz y Ruiz de la Peña, N. and Vallejo Nágero, A. (1939). Doña Juana I de Castilla. Zaragoza: Ediciones Luz.

http://www.artehistoria.com/

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