Para el joven Enrique VII, la batalla de Bosworth Field era sólo el comienzo. A la edad de 28 años, él se enfrentó a la desalentadora tarea de aferrarse al trono y pasarlo a sus herederos (algo que los reyes ingleses, desde Enrique V, no habían podido hacer). En una tierra de la que poco sabía, rodeado de enemigos, él esperaba traer paz y estabilidad. Treinta años de guerra civil habían entregado un peligroso grado de poder en las manos de los barones ingleses. Las arcas reales estaban vacías y la reputación del país entre sus rivales extranjeros estaba peligrosamente baja. El reino necesitaba sanar y el pueblo inglés esperaba que su nuevo rey realizara el milagro.
A primera vista, Enrique estaba poco preparado para su rol como rey. Separado de su madre a los cuatro años, él había sido educado en el exilio en Gales y Francia sin un padre que lo guiara. Cuando sólo tenía doce años, perdió a su guardián de confianza (lord Herbert) y obligado a gastar su juventud temprana en ociosidad forzada en la corte bretona. Mientras que todos los nobles ingleses estaban acostumbrados a regir grandes propiedades, Enrique nunca había dirigido ni una pequeña casa solariega. A pesar de sus evidentes desventajas, la problemática juventud le proporcionó varias cualidades útiles. Desde temprana edad, había observado los juegos de poder protagonizados por otros, adquiriendo una comprensión íntima del peligroso mundo de la política. Dentro de su pequeño circulo de amigos y asesores de confianza, Enrique había aprendido a no confiar en los juicios de otros. En cambio, creció acostumbrado a juzgar personajes y situaciones por sí mismo, tomar acción sólo después de una cuidadosa consideración. Sobre todo, sus años inseguros le habían dejado un deseo abrumador de estabilidad.
Primeramente, estaba la cuestión de los partidarios de Ricardo III. La primera acción que tuvo lugar fue la exhibición del cuerpo mutilado del rey Ricardo (un gesto espantosamente brutal para los ojos modernos, pero que en ese entonces era habitual). Probando que Ricardo había muerto, Enrique acallaba los rumores de que el ex rey había sobrevivido, eliminando así una potencial fuente de rebelión en el futuro. También se ocupó rápidamente de otra potencial amenaza a su corona. El sobrino de Ricardo de diez años, Eduardo, conde de Warwick, era una posible figura para un levantamiento York. Enrique envió tropas a Yorkshire con órdenes de capturar a Eduardo y enviarlo a la Torre de Londres, donde vivió con comodidades pero encerrado bajo llave. Antes de su muerte, Ricardo III había nombrado a su sobrino, John de la Pole, conde de Lincoln, su heredero, pero Lincoln y su padre, el duque de Suffolk, habían ofrecido su lealtad a Enrique después de Bosworth. Lincoln fue invitado a formar parte del Consejo Real.
Después del caos de la guerra, Enrique tuvo que afrontar el desafío de mantener un gobierno estable. Como regla general, todo funcionario público que no desempeñó un papel activo en Bosworth podía mantener su puesto. Naturalmente, algunos de los partidarios más cercanos de Enrique recibieron puestos de alto estatus. John Morton fue hecho arzobispo de Canterbury y Lord Canciller. Su tío Jasper fue convertido en duque de Bedford y miembro del Consejo Real, mientras que los hermanos Stanley fueron nombrados consejeros reales. Para John de Vere, conde de Oxford, que había jugado un rol en la invasión Tudor, Enrique había reservado el puesto de Alto Almirante de Inglaterra y condestable de la Torre.
Actual Westminster
El 30 de octubre de 1485, Enrique Tudor fue coronado rey en la abadía de Westminster. Era su primera aparición como rey, por lo que tomó gran cuidado para impresionar a sus súbditos, vistiendo con elegancia y joyas. Una semana después, el Parlamento concedió las riquezas de la corona a Enrique y sus herederos. Finalmente, firmemente establecido su rol como monarca, volvió su atención a otra ceremonia que aseguraría su lugar en el trono inglés: el matrimonio con la princesa Elizabeth de York.
La rosa roja y blanca
Desde que había hecho su voto solemne en la catedral de Rennes, Enrique había decidido casarse con Elizabeth. Como hija de Eduardo IV, esperaba que al tomar como esposa a la princesa York los partidarios de la casa de York se convirtieran en aliados. Esta unión era crucial para el destino de la nación. El matrimonio tuvo lugar el 18 de enero de 1486 y marcó el fin del conflicto que había rasgado al país por treinta años. La rosa roja de Lancaster y la rosa blanca de York se unieron en un poderoso símbolo de la dinastía que había nacido: la rosa Tudor.
Aunque fue una boda por conveniencia política, su unión no careció de amor y cercanía. Enrique VII fue el único Tudor que tuvo la fortuna de una larga y estable vida familiar. Al momento de su matrimonio, el panorama no podía ser más alentador; una pareja joven y hermosa, símbolo de la unión entre Lancaster y York, y no menos importante, pronto dieron a Inglaterra un heredero, lo cual podía ser interpretado como una señal de que la Providencia Divina aprobaba el nuevo mandato. En septiembre de 1486, Elizabeth dio a luz a un hijo en Winchester, la antigua capital del reino del legendario rey Arturo. El niño fue llamado Arturo en un deliberado intento por vincular la dinastía Tudor con el antiguo rey. Desde muy temprana edad, se consideró como futura esposa para el príncipe Arturo a una de las infantas de Castilla y Aragón, Catalina. Una alianza anglo española sería beneficiosa para Inglaterra con el fin de reforzar la legitimidad de los Tudor ante los reinos europeos, ya que la casa de Trastámara era prestigiosa y el poderío de los Reyes Católicos más que evidente.
En 1489, nació una niña en el palacio de Westminster, llamada Margarita. Su mano fue destinada al rey Jacobo IV de Escocia. Uno de los fines de esta alianza era alejar a Escocia de la influencia francesa y poner fin al apoyo del rey escocés a Perkin Warbeck (de quien hablaremos más adelante). Esta unión daría lugar a la unión de las coronas, con el ascenso de su bisnieto, Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia.
Erasmo visitando a los hijos de Enrique VII. Margarita (vestido rojo), Enrique y María.
En 1491 nace uno de los más famosos y absolutos monarcas de Inglaterra, Enrique. A pesar de ello, no se sabe mucho sobre sus primeros años, ya que no se esperaba que fuera a convertirse en rey. El joven Enrique era muy cercano a su madre, sufrió mucho por su muerte y siempre la recordaría con sumo cariño. Enrique VIII llegó a tener seis esposas, una vida matrimonial turbulenta contraria a la que gozaron sus padres. Es probable que Enrique buscara a la esposa ideal en cada mujer a la que desposó, como su madre, y ello es la razón de sus fracasos maritales.
Fuente:
Bingham, Jane, "The Tudors", Metro Books, New York, 2012.