21 ene 2013

Ana de Cleves (Parte 2)

Un matrimonio destinado al fracaso
La boda debería haber tenido lugar el día siguiente, el domingo 4 de enero de 1540. Se pospuso, ya que Enrique buscaba desesperadamente una salida. En primer lugar, ordenó a Cromwell para convocar al Consejo para ver si era posible, incluso a estas alturas, para encontrar un pretexto legal para romper el matrimonio.


Inmediatamente, el Consejo fijó sobre la cuestión del posible precontrato entre Ana y el hijo del duque de Lorena, que Enrique había despedido tan a la ligera unos meses antes. Los embajadores de Cleves, encabezados por Olisleger, fueron convocados para aclarar el asunto. Naturalmente, en vista de la actitud anterior de Enrique, no estaban preparados y no habían llevado nada de la documentación necesaria. Pero solemnemente aseguraron al Consejo que el compromiso con el hijo del duque Lorena nunca había ido más allá, lo que podría ser, y ha sido, propiamente roto. También se ofrecieron a permanecer como rehenes en Inglaterra hasta que la documentación para probar esto se haya producido. Esta era una respuesta que hubiera satisfecho a cualquier hombre razonable. Pero Enrique no estaba de humor razonable.


Acorralado por fin, Enrique reconoce que tenía que seguir adelante con la ceremonia, que es reorganizada para las 8 de la mañana del martes 6 de enero, el día de la Epifanía. Pero él asintió con la peor gracia posible. "Mi Dios, si no fuera para satisfacer al mundo y a mi reino," le dijo a Cromwell antes de la ceremonia: "por nada haría lo que debo hacer hoy".



La nueva reina vestida con tela de plata "cargada" de joyas y con el pelo suelto para indicar su soltería rematado por una corona de perlas y piedras preciosas entrelazadas con romero, símbolo tradicional de amor y fidelidad en el matrimonio. Cuando miro a Enrique, cuyo vestido de paño de oro también estaba bordado con flores de plata, hizo tres reverencias. Luego entraron al "gabinete de la reina", donde fueron casados por Cranmer. Enrique pronunció el "si" y el anillo de bodas, grabado con las palabras: "GOD SEND ME WELL TO KEEP" ("Dios me envió para cumplir el bien"), fue introducido en el dedo de Ana. Ahora eran marido y mujer.


Reina de Inglaterra



La cabecera de la cama del matrimonio real estaba fechada en 1539 y estaba decorada con la cifra real "HA" y dos figuras lascivas que hacen guardia sobre los durmientes a cada lado. La de la izquierda muestra a un varón querubín con una erección enorme, y el de la derecha, una mujer querubín con la barriga bien inflamada. 

Pero, por desgracia, las figuras humanas inferiores parecen haber sido menos activas.


A la mañana siguiente, Cromwell llegó a la Cámara Privada. Vio de inmediato que el rey estaba de mal humor. Sin embargo, perseveró y le preguntó si le gustaba la reina. El rey respondió "Antes no me gustaba mucho, pero ahora me gusta mucho menos".


Naturalemente, se apresuró a culpar a la dama antes que a sí mismo. El cuerpo de ella, no su belleza, era ahora la cuestión. Por ejemplo, le dijo a sir Anthony Denny, miembro de su cámara privada, que su esposa no sólo no era "como se le había informado, sino que tenía pechos tan flojos y otras partes del cuerpo de tal manera que {él} sospechaba algo acerca de su virginidad". El veredicto del rey fue éste: "Nunca en compañía de ella podría ser provocado y movido a conocerla carnalmente". Cromwell recibió el mismo mensaje y el rey lo comunicó personalmente a dos de sus doctores, el doctor Chamber y el doctor Butts: "El cuerpo de ella {estaba} de tal manera desordenado e indispuesto" que no podía "excitar y provocar ningún anhelo en él". En suma, le causaba una "repugnancia" que no podía superar. El doctor Butts recibió otros detalles de "la flojedad de los senos y la blandura de la carne". Hubo otros testimonios, pero todos redundaban en lo mismo: el rey no pudo consumar su matrimonio.



De hecho, hasta que ella aprendió un poco de ingles, le resultaba difícil decir nada en absoluto. Pero, como predijo Wotton, demostró ser una principiante rápida y, pocos meses después de su matrimonio, tuvo un intercambio franco con sus damas. Esto fue demasiado para Lady Rochford, la viuda de George Bolena, quien parecía haber aprendido muy poco de la suerte de su difunto esposo. "Por Nuestra Señora", dijo, "Creo que Su Gracia es una doncella todavía en efecto". "¿Cómo puedo ser una doncella", respondió la reina ", y dormir cada noche con el Rey?" "Tiene que haber más que eso", dijo Lady Rochford, con una franqueza insolente.



Ana de Cleves conversando con su dama, documental de David Starkey

 Ella le dijo a sus damas, "Cuando él {el rey} viene a la cama, me besa y me toma de la mano y me dice "buenas noches, querida" —declaro Ana— y de mañana me besa y me dice "adiós, querida. ¿No es eso suficiente?", inquirió ella con inocencia. 


Su dama, Eleanor Paston, condesa de Rutland , repuso con firmeza "Señora, debe haber más, o pasará mucho tiempo antes de que tengamos un duque de York, que es lo que más desea este reino". También preguntó si la reina no había discutido esos asuntos delicados con la madre Lowe, "la madre de las doncellas" germánicas. "El matrimonio, oh, oh, qué vergüenza, Dios no lo permita", exclamó la escandalizada reina Ana. 


Tal ignorancia no era una condición universal. Por el contrario, la mayoría de las muchachas crecían con un conocimiento bueno y saludable de esas cosas, impartido con lenguaje bastante franco. Además, en general se consideraba el deber de una madre preparar a la hija para lo que debía esperar la noche de bodas. Pero Ana de Cleves era diferente. Su proximidad al codo de la madre en Alemania le había negado una correcta educación mundana. Pero en Inglaterra, su ignorancia la protegió de una indebida mortificación personal. Unos meses habían pasado, la alianza franco-Imperial mostró signos de enfriamiento y la natural audacia de Enrique había regresado. Quería salir de este cuarto matrimonio. 

La casa de la reina
En esos primeros días del nuevo matrimonio, al menos la corte estaba feliz con la restauración de la casa de la reina. A la reina Ana se le otorgo una casa de 126 personas, no mucho menos de lo que había tenido la reina Catalina de Aragón en 1509. La Madre Lowe era una dama alemana que había acompañado a Ana de Cleves. Y se estableció rápidamente en una posición preeminente en la Casa de la Reina. Se le permitió emplear a sus compatriotas, sin especificación, en ciertos puestos importantes: el doctor Cornelius, su doctor, era de Cleves, pues las necesidades ginecológicas dictaban esa delicadeza con las princesas extranjeras; luego estaban el maestro Schulenberg, su cocinero, y su lacayo Englebert.

Damas que se reunieron con Ana de Cleves en Dover:
  • La duquesa de Suffolk
  • Lady Cobham
  • Lady Hart
  • Lady Haulte
  • Lady Finche (probablemente * Katherine Gainsford, esposa de Sir William)
  • Lady Hales (esposa de Sir James?)
Great Ladies of the Household:
* Mary Arundell, condesa de Sussex
* Frances Brandon, marquesa de Dorset
* Lady Margaret Douglas
* Elizabeth Grey, Lady Audley
* Mary Howard, duquesa de Richmond
* Eleanor Paston, condesa de Rutland

Frances Brandon

Margaret Douglas


Privy Chamber:
* Jane Guildford, Lady Dudley
* Susanna Hornebolt, la señora Gilman
* Isabel Legh, Lady Baynton
* Jane Parker, Lady Rochford
* Catherine St. John, Lady Edgecumbe  


Gentlewomen in Attendance:
* Jane Ashley, Lady Mewtas
* Jane Cheney, Lady Wriothesley
* Jane Guildford, Lady Dudley
* Elizabeth Seymour, Lady Cromwell
* Catherine Skipwith, Lady Heneage

Damas de honor (6)
* Anne Bassett
* Dorothy Bray
* Catherine Carey
* Catherine Howard
* Mary Norris
* Ursula Stourton

Discordia 

En efecto, poco más de un mes después de la boda, la dureza de carácter de Ana comenzó a aparecer. La manzana de la discordia parece haber sido el tratamiento de la hija mayor de Enrique, María. María estaba ya completamente restaurada para congraciarse con su padre y las negociaciones matrimoniales estaban en su apogeo entre ella y el duque Felipe de Baviera. Durante la Cuaresma, que comenzó el 11 de febrero, Enrique tuvo algunas discusiones con Ana acerca de su hija. Si bien a la pía y católica lady María no le agradaba particularmente la religión luterana de su pretendiente, conversaba graciosamente con él en latín y en alemán por medio de un intérprete. El excitado embajador francés en realidad creía que se habían intercambiado besos en los jardines invernales del abad de Westminster; comentó que "ningún señor de este reino se ha atrevido a ir tan lejos" desde la muerte de Exeter, del que se suponía que planeaba casar a María con su hijo; eso ilustraba el peligro de conspiración, imaginaria o no, que implicaba casarse con la hija mayor del rey. Según su costumbre reciente, María dijo que se sometería a los deseos de su padre, cualquiera que fuese la religión de su pretendiente, de modo que, cuando el rey nombró al duque Felipe Caballero de la Jarretera y le presentó obsequios, pareció existir una clara posibilidad de un vínculo luterano con Inglaterra. Una vez más, era probable que eso causara un gratificante fastidio al emperador, al que tampoco le agradaría que se diera la mano de su prima en tal dirección.

María Tudor, la hija mayor del rey


Fue en mayo cuando también se formularon cuestionarios acerca de la naturaleza precisa de una fe individual con énfasis en la creencia en los sacramentos— en los que, como comentó el embajador francés, el rey, con su sombrero de teólogo, se interesó personalmente. A primera vista, fue esa nueva concentración en la herejía lo que permitió a Norfolk y a sus aliados tenderle una trampa al recién ennoblecido conde de Essex, Thomas Cromwell. El 10 de junio, el rey estaba aparentemente tan convencido de la falta de adecuada ortodoxia por parte de Cromwell —"herejía sacramental"— que ordenó el arresto del hombre más poderoso del reino (después de sí mismo), que lo había servido fielmente durante más de diez años. Marillac recibió un mensaje del rey en el sentido de que Cromwell había estado a punto de suprimir a "los antiguos predicadores" y promover "nuevas doctrinas" {luteranas} "incluso por las armas".

Thomas Cromwell

Durante el arresto se produjo una desagradable escena cuando los grandes aprovecharon la oportunidad para castigar al advenedizo que los había alejado tanto tiempo de lo que consideraban que eran sus correctas posiciones de poder. En particular, lo despojaron de los símbolos de la Orden de la Jarretera. El duque de Norfolk quitó la figura de san Jorge que pendía alrededor del cuello de Cromwell mientras el conde de Southampton le quitaba la jarretera de la rodilla.


La caída de Cromwell fue causada por la prisa con la que había impulsado a Enrique VIII para que contrajera nupcias después de la muerte de Jane. El había empujado al rey al matrimonio con Ana de Cleves. Cromwell debía ser sentenciando a muerte en aplicación de la Ley de Proscripción, sin juicio previo. Irónicamente, era el nuevo método que el propio Cromwell había sugerido usar con Margaret, condesa de Salisbury, que aún seguía languideciendo en la Torre. Cromwell sería el primero en morir de esa manera por alta traición y herejía. La Ley de Proscripción incluía la acusación de que Cromwell había jurado casarse con la hija del rey, María, en 1538, y usurpar el trono, lo que sin duda debió dejar boquiabierto incluso a los cortesanos más leales. La ira del rey se volvió contra su antiguo amigo y Cromwell fue ejecutado el 28 de julio de 1540.


Anulación
A mediados de la década de 1530, Ana había sido brevemente comprometida con el hijo del duque de Lorena. Los ingleses no había explorado demasiado el tema, simplemente se aseguraron de que el gobierno de Cleves habían terminado con las negociaciones.  De repente se descubrió que no había dispensa del precontrato, Ana seguía oficialmente comprometida con el hijo del duque de Lorena. Los embajadores de Cleves no tenían conocimiento de la intención del rey. Ellos lucharon para encontrar los documentos adecuados, pero, el 26 de febrero de 1540, todo lo que podían producir era un informe en sus archivos, que declaraba que las negociaciones con Lorena "no habían tomado su curso natural". 

Catalina Howard

La última aparición oficial de Ana como consorte real fue durante las celebraciones del primero de Mayo. Ella nunca fue coronada, aunque incluso si el rey hubiera querido, no hubiera podido pagar tal ceremonia. Durante esos meses, la nobleza católica empujó a Cromwell hacía su caída . El ministro luterano era demasiado para el gusto del rey. Asimismo, alentó los católicos alentaban los coqueteos de la joven Catalina Howard, también católica y sobrina del duque de Norfolk. Demasiado joven e ignorante que ser consciente de cómo otros la utilizaban como peón, que felizmente bailaba delante del rey y aceptaba sus regalos. Se le concedió tierras en abril y en el mes siguiente recibió ricos presentes de telas y joyas. 


"La amada hermana del rey"
Hasta donde puede deducirse, la reina Ana no tenía la menor idea del destino que la aguardaba. Ese verano para ella la vida se había vuelto más grata: gradualmente iba aprendiendo inglés y los ingleses empezaban a aceptarla. El embajador francés atestiguo que Ana se había granjeado el amor de la gente, que la "estimaban como una de las reinas más dulces, bondadosas y humanas que habían tenido"; esa visión, aun cuando fuera exagerada, desmiente que Ana de Cleves fuese la torpe e inadecuada yegua flamenca de Enrique VIII. Cuando la reina fue trasladada de la corte al palacio de Richmond, el 24 de junio, con la excusa de la amenaza de peste, ella no tenía motivos para no gozar de la vida en el grato palacio a orillas del río construido por Enrique VII a principios del siglo. Sin embargo, al día siguiente la despertaron bruscamente. La visitó una delegación para informarla de que el rey había descubierto que el matrimonio entre ambos era inválido. 

Según un relato, la reina Ana se desmayó al conocer la noticia. Pero los comisionados contaron otra historia al rey. Ellos le habían informado "por boca de un intérprete —no debían quedar falsas impresiones acerca de ese mensaje—, el cual hizo muy bien su parte". En cuanto a la reina, los escuchó "sin alteración del semblante".Uno se siente inclinado a creer a los comisionados; aunque la compostura de ella pudo deberse más azoramiento que a la indiferencia. 

El 9 de julio de 1540, el Parlamento declaro nulo e invalido el matrimonio de Ana y Enrique. El rey estaba tan contento por la inesperada cooperación de Ana de Cleves en la anulación de su matrimonio, que le concedió importancia sobre todas las mujeres del reino, salvo sus hijas y la reina. La ex reina permaneció en Inglaterra y nunca se volvió a casar. Enrique la llamaba "hermana" y la invito con frecuencia a la corte. Ana también recibió un subsidio de £ 4 000 por año, incluyendo el palacio de Richmond y el Castillo de Hever. 

Castillo de Hever, antigua residencia de los Bolena

Con esto, ella se estaba convirtiendo en una de las mujeres más ricas de Inglaterra. Todo esto dependía de su permanencia en Inglaterra. Y Ana estaba dispuesta a esto ¿Por qué habría de regresar a su hogar, dependiente de la generosidad de su hermano, cuando podía quedarse en Inglaterra y vivir una vida cómoda, independiente? Tres meses después del divorcio, el embajador francés informó que "la señora de Cleves tiene un rostro más alegre que nunca. Lleva una gran variedad de vestidos y pasa todo su tiempo en los deportes y recreaciones"Ana y el rey eran amigos, y ella se mantuvo cercana a los hijos del monarca. Incluso después de la anulación, Isabel continuo visitando a su ex madrastra en su residencia en Richmond. Ella hizo su última aparición pública en la coronación de María Tudor en 1553.

La reacción en Cleves
Quedaba el problema de la reacción del duque Guillermo de Cleves. Nadie deseaba empujarlo a los brazos del emperador a causa de su mortificación. La opinión general de los consejeros del rey era que convenía que la "buena hermana" del rey le diera la noticia ella misma. Al principio, incluso la dócil lady Ana puso objeciones: aceptó responder favorablemente a las comunicaciones del hermano pero prefería no ocuparse de la humillante tarea de explicarle las circunstancias que habían conducido a su rechazo. Pero el 13 de julio, el rey instruyó a Suffolk y a otros para que obligaran a lady Ana a escribir la carta. Se le enviaba un borrador de lo que debía decir. Además, tenía que traducir su carta original de sumisión al rey a "su idioma" y firmarla una vez más. De lo contrario, la gente podía sugerir que ella había aceptado "por ignorancia, sin entender lo que había suscrito".


Le escribió nuevamente al rey el 16 de julio, reiterando su promesa de ser "la más humilde hermana y servidora de Vuestra Majestad". Al hermano le escribió humildemente lo que se le había dictado: "Entiendo que Dios estará complacido con lo hecho, y sé que no he sufrido ni mal ni daño". Seguía siendo doncella: "Mi cuerpo preservado en la integridad que traje a este reino". Había excesivos elogios para el rey Enrique. Aunque ella no pudiera "justamente tenerlo como mi marido", no obstante encontraba que era "un muy bondadoso, afectuoso y amistoso padre y hermano, que me trata tan honorablemente y con tanta humanidad y generosidad como vos, yo misma o cualquiera de nuestros parientes o aliados podríamos desearlo". Ana de Cleves también instaba a su hermano a continuar su relación con Inglaterra. Sólo en las palabras finales daba a entender su verdadera posición; "Sólo requiero esto de vos, que os comportéis en este asunto de modo que a mí no me vaya mal; por lo mismo, confió en que lo consideraréis"



Sin embargo, los ingleses sentían cierto temor a la reacción de Cleves, no exento de la irritabilidad propia de quienes se han comportado mal y lo saben. Esto se nota en las instrucciones a los embajadores enviados. Por ejemplo, la duquesa María podía muy bien armar un alboroto, como hacen las madres: si ella no quedaba satisfecha "y cosas por el estilo", los enviados debían dar cortésmente sus excusas y marcharse. En cuanto al duque de Cleves, de ningún modo debía recibir recompensa económica alguna, ya que el rey estaba tratando a su hermana tan generosamente. Fue el caso que el duque Guillermo recibió la noticia, y la carta de lady Ana, "de no muy buen agrado". Pero más tarde esa noche apareció Olisleger sin anunciarse y comió con los ingleses; les aseguró que, a pesar de la preocupación del duque, no habría ninguna ruptura entre los dos países. Era cierto que el duque estaba ansioso por el regreso de su hermana a "su propio país...porque la gente la recibiría de buen grado, y se molestaría por cada minuto que ella se demorara allá", es decir, en Inglaterra. A esas palabras, los enviados respondieron serenamente que lady Ana se quedaba en Inglaterra por su propia voluntad. Así terminó formalmente el cuarto matrimonio del rey, para asombro de toda Europa. 


Últimos años y muerte
El rey Enrique había muerto, el rey Francisco murió dos meses más tarde, a fines de marzo de 1547. El emperador Carlos V cabalgaba en una Europa que durante más de treinta años había compartido con los otros dos miembros del triunvirato real. Luego, en 1555, también él se retiro —pero voluntariamente— del gran escenario, cuando renunció a su corona en favor de su hijo Felipe; murió como monje, tres años más tarde. El rey Eduardo VI murió también, en julio de 1553, de tuberculosis, tres meses antes de cumplir dieciséis años. María Tudor, la infeliz hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, lo sucedió en el trono: se caso con su primo Felipe de España, once años menor, al año siguiente. 

Eduardo VI de Inglaterra, sucedió en el trono a Enrique VIII

Mientras sucedían estos acontecimientos, una reliquia del pasado seguía viviendo, lady Ana de Cleves. Ella fue testigo de los hechos que derribaron cabezas en Inglaterra durante el reinado de Eduardo, registrados por el propio muchacho lacónicamente y sin emoción en su diario en enero de 1548: "También lord Sudeley, almirante de Inglaterra, fue condenado a muerte y murió en el siguiente mes de marzo". Tres años más tarde el protector cayó victima de una lucha de poder. El 22 de enero de 1552, el rey escribió: "Al duque de Somerset le cortaron la cabeza en la Torre entre las ocho y las nueve de la mañana". Ana de Cleves seguía en Inglaterra cuando el hacha reclamo una nueva víctima, lady Jane Grey, a comienzos del reinado de María. El delito de lady Jane Grey fue permitir que su suegro, John Dudley, duque de Northumberland, reclamara la corona para ella, sobre la base de que el rey Eduardo se la había dejado a ella —la nieta mayor de María, duquesa de Suffolk—, negándosela a sus hermanas en su testamento.



El 30 de septiembre de 1553, Ana de Cleves viajaba en un coche con lady Isabel en la coronación de la triunfante reina María, en la que "sonó la trompeta todo el día". El coche de la nueva reina iba delante, tirado por caballos "enjaezados con terciopelo rojo"; ella vestía de "terciopelo azul con detalles de armiño". Las damas reales la seguían en "un rico carruaje cubierto de tela plateada", con lady Isabel de cara al frente "y en el otro extremo, de espaldas, lady Ana". 


La reacción de lady Ana a la ejecución de Somerset nos da un indicio del modo en que ella consideraba esos altibajos de la fortuna real y cortesana. "¡Sabe Dios qué sucederá luego! —le escribió a su hermano el duque Guillermo—, y todo es tan caro en este país que no tengo idea de cómo manejar el funcionamiento de mi casa". Como muchas viudas —en cierto sentido Ana de Cleves lo era, ya que la muerte de "su hermano" el rey Enrique la había dejado sin protector— se obsesionó por el dinero y los sirvientes. Sus frecuentes cartas al Consejo durante el reinado del rey Eduardo se convirtieron en una lúgubre letanía. 

Una vez que María subió al trono, Ana de Cleves intentó incluso reivindicar su largamente sepultado matrimonio con Enrique VIII para hacerlo declarar "legítimo" y así gozar del trato, en especial en el ámbito económico, de una reina viuda. También podría hacerse pagar "aunque estuviera ausente de Inglaterra". Eso, por supuesto, hubiera invalidado el cuidadoso arreglo de la época de su divorcio en 1540, por el cual su dote estaba condicionada a que no "atravesara el mar". A lady Ana simplemente se le dijo que el Consejo tenía muchos otros asuntos urgentes que atender. Ella siguió haciendo peticiones y preocupándose y escribiendo cartas angustiadas a su país, que aún consideraba su patria. 


A medida que la nueva reina era una católica estricta, Ana se convirtió al catolicismo romano. Unos meses más tarde, escribió a María I para felicitarla por su matrimonio con Felipe de España . Sin embargo, Ana rara vez visitó la Corte durante el reinado de María.

María Tudor y Felipe de España

Cuando la salud de Ana comenzó a fallar, María I le permitió vivir en Chelsea Old Manor, donde la última esposa de Enrique, Catalina Parr , había vivido después de su segundo matrimonio. Aquí, a mediados de julio de 1557, Ana dictó su última voluntad. En él, ella menciona a su hermano, su hermana y su cuñada, así como la futura reina Isabel , la duquesa de Norfolk y la condesa de Arundel. Dejó algo de dinero a sus sirvientes y pidió a María e Isabel que los empleasen en sus casas.


Tumba de Ana de Cleves en la abadía de Westminster


Ana murió en Chelsea Old Manor el 16 Julio 1557. La causa de su muerte fue más probable que haya sido el cáncer. Posteriormente se dispuso una bella tumba de mármol negro y blanco para Ana de Cleves en la abadía de Westminster, de estilo griego, "ejecutada con maestría". Un nativo de Cleves, Theodore Haevens, ministro en Caius College, Cambridge, pudo haber sido el autor. Dos hileras de paneles decoraban los lados de la tumba. La hilera superior contenía medallones con las iniciales A.C. rematadas por una corona ducal (por Cleves). La hilera inferior revelaba una serie de calaveras, con huesos cruzados, sobre un fondo negro. De esa manera adecuadamente sombría fue conmemorada la cuarta esposa y la última consorte superviviente de Enrique VIII. 





Bibliografia 
Starkey, David: Six Wives, Harper, New York, 2004. 


Fraser, Antonia: Las Seis Esposas de Enrique VIII, Ediciones B, Barcelona, 2007.



http://www.tudorplace.com.ar/
http://www.kateemersonhistoricals.com/
http://englishhistory.net/

13 ene 2013

Coronación de Catalina de Aragón


                         
La coronación de Enrique VIII y Catalina de Aragon

El viejo rey Enrique VII murió a las 11 de la noche del día 21 de abril de 1509. Pero su muerte se mantuvo en secreto durante dos días. Y su hijo continuó apareciendo en público como el príncipe Enrique y fue tratado como tal. No fue hasta la noche del 23 de cuando la verdad se hizo saber y el 24, el nuevo rey era proclamado en Londres. 

Matrimonio
El cambio más dramático de la política fue la decisión de que el príncipe Enrique, ahora Enrique VIII, debía casarse con Catalina después de todo. Esta decisión también fue tomada probablemente a puerta cerrada en las primeras cuarenta y ocho horas de su reinado. Enrique estaba por cumplir dieciocho años mientras que Catalina tenía veintitrés. 


Catalina de Aragón

El 11 de junio de 1509, el nuevo rey, Enrique VIII, se casó con Catalina de Aragón en el oratorio de la iglesia próxima al castillo de Greenwich. Él estaba a punto de cumplir dieciocho años (el 28 de junio), ella tenía veintitrés. La ceremonia fue breve y privada; Catalina vistió de blanco, con el pelo largo y suelto como correspondía a una novia virgen. Cuando describía la noche de bodas que siguió, al rey Enrique le agradaba jactarse de que en realidad había hallado a su esposa "doncella"; aunque años más tarde trataría de hacer pasar esos comentarios por "bromas", parece poco probable que bromeara. 

Enrique Tudor, el hijo del difunto rey Enrique VII y futuro Enrique VIII


El día de San Juan tuvo lugar una celebración más pública y espléndida de la unión cuando, por órdenes del nuevo rey, su esposa compartió la ceremonia de coronación en la abadía de Westminster. Enrique VIII bien pudo haber apresurado deliberadamente la ceremonia de matrimonio para que Catalina pudiera "acostarse en la Torre la noche previa a la coronación". De esa manera, ella podía acompañarlo a través de la ciudad de Londres en la tradicional procesión a Westminster la víspera de la coronación. 


Procesión
Los londinenses podían observar a su nueva reina cuando pasaba en la litera, "soportada sobre el lomo de dos palafrenes blanco enjaezados con paño blanco de oro, su persona ataviada de raso blanco bordado, su cabello que pendía sobre la espalda, de gran extensión, bello y grato de contemplar, y sobre su cabeza una corona con abundantes y ricas gemas engastadas". Tomás Moro, en un estallido de éxtasis por el prometedor ascenso del nuevo monarca, destacó la contribución particular de Catalina: "Ella desciende de grandes reyes". 

Vitral con retratode la joven reina Catalina, alrededor del año 1512. Capilla de la Vyne. 

Pero según las crónicas, cuando la procesión de la reina paso por una taberna llamada "Cardinal´s Hat" el cielo azul se oscureció y empezó a llover. La lluvia era tan violenta, que el palio que cubría a la reina no pudo evitar que las galas de Catalina se mojaran. Algunos lo vieron como un augurio oscuro. Tal vez, una premonición de lo que ocurriría años después. 


Después de Catalina siguieron las damas de honor y los caballeros de su casa. La mayoría eran ahora ingleses. Ellos estaban encabezados por Lady Elizabeth Stafford, la hermana del Duque de Buckingham. También asistieron a la reina, Margaret Plantagenet y Elizabeth Bolena. Los servidores españoles de Catalina no fueron olvidados: Inés de Venegas, María de Gravara y María de Salinas todas figuraron honrosamente entre sus damas. Pero Catalina estuvo posiblemente más contenta de ver a Fray Diego, que tomaba  su lugar en la procesión como" Canciller y Confesor de la Reina".



Coronación 
En el mismo día 24 de junio la coronación fue llevada a cabo.Se gastaron 1.500 libras en la coronación de la reina solamente: tres veces la suma que habían costado las celebraciones de la boda en 1501 y apenas 200 libras menos de lo gastado para la coronación del propio rey. Fueron necesarios alrededor de 1.830 metros de tela roja y otros 1.500 de tela escarlata de calidad superior. Se hicieron cuidadosas listas de aquellos con derecho a lucir la nueva librea de la reina de terciopelo carmesí. Catalina lucía por su parte una corona de oro, el borde engastado con seis zafiros y perlas y llevaba un cetro de oro rematado con una paloma. 

Coronación de Enrique VIII


En algunos momentos de la ceremonia patinó un poco, como suele pasar cunado se siguen demasiado al pie de la letras las tradiciones. La fórmula empleada fue la de Enrique VII, de un cuarto de siglo antes, de modo que para llevar el cetro y la vara de marfil en la procesión de la reina hubo que nombrar a vizcondes, aunque no había ninguno en Inglaterra. Luego lord Grey de Powis fue puesto a conducir los caballos de la litera de la reina como lo había hecho lord Grey de Powis en 1485, pero resultó que este lord Grey tenía solo seis años. 

Tampoco la muerte de la vieja Margarita de Beaufort, abuela del nuevo rey, ocurrida pocos días después de la coronación, causó demasiada pena. Se juzgaba que, como Simeón, estaba dispuesta a partir tras haber visto el ascenso con éxito del heredero varón de su "queridísimo hijo". Figura fuerte como era, Margarita de Beaufort resultaba una reliquia de la antigua época del disenso. 

Dos tronos fueron colocados en una plataforma frente al altar mayor de la abadía de Westminster: el superior era para Enrique, y el más bajo para Catalina. Primero fue la coronación del Rey. Luego fue el turno de Catalina. El ceremonial de una reina consorte era algo más sencillo que el de un rey. No se le administro ningún juramento, ni tampoco, como mujer, se le invistió con la espada. Pero ella fue ungida en la cabeza y en el pecho, y el anillo de coronación se coloco en el dedo anular de su mano derecha, la corona sobre su cabeza, el cetro en la mano derecha y otro cetro de marfil rematado con una paloma en la izquierda. Catalina era ahora reina, tan sagradamente e inalienable como lo era el rey Enrique.



Bibliografia
Fraser, Antonia: Las Seis Esposas de Enrique VIII, Ediciones B, Barcelona, 2007.

Starkey, David: Six Wives, Harper, New York, 2004

11 ene 2013

El nacimiento de la Princesa María Tudor


El 18 de febrero de 1516, a las cuatro de la mañana, la reina Catalina dio a luz a una hija que fue llamada María. El parto había sido largo y duro, aunque la reina había tratado de protegerse contra los dolores del alumbramiento aferrando una reliquia santa —un cinturón— de su santa patrona. Aparte de los sufrimientos de la madre, el bebé era sano, robusto incluso.  

Como en todo alumbramiento de toda dama real de esa época, se había esperado con confianza un príncipe. La llegada de una princesa significó que las celebraciones fueran adecuadamente reducidas. Por ejemplo, los mensajeros que llevaron la buena noticia —modificada— a la Universidad de Cambridge recibieron sólo 28 chelines y 6 peniques de los censores, además de un poco de vino moscatel, mientras que los mensajeros que habían dado la noticia del alumbramiento del bebé de corta vida en 1511 había recibido más dinero —40 chelines— y más vino. Más arriba en la escala social, Giustinian, el embajador veneciano, se tomó deliberadamente su tiempo para presentarle sus congratulaciones al rey. Y cuando finalmente lo felicitó, el embajador hizo un comentario poco afortunado aunque certero: "Vuestra Serenidad habría experimentado mayor satisfacción si [el bebé] hubiese sido un hijo"
Pero el rey Enrique estaba de buen humor. "Seguirán los hijos", le dijo a Giustinian. Señaló: "La reina y yo somos jóvenes".  Era el punto de vista expresado por una balada contemporánea sobre el tema de "esa bella damita":

Y envíale pronto un hermano                                                              que sea el justo heredero de Inglaterra. 


Bautizo

María fue bautizada en la Iglesia de los frailes observantes de Greenwich el 20 de febrero 1516 en una ceremonia magnífica que, inevitablemente, se había preparado para el esperado príncipe. El dosel que iba sobre ella era llevado por cuatro caballeros. Entre ellos sir Thomas Parr y sir Thomas Bolena. 

Los padrinos fueron el ministro del rey, Thomas Wolsey, que había sido nombrado cardenal en 1515, la tía abuela de María, Catalina de York, hija del rey Eduardo IV y viuda del conde de Devon, y la duquesa de Norfolk. En su confirmación, la cual (de acuerdo con la práctica real acostumbrada), seguida inmediatamente después del bautizo, Margaret Pole actuó como madrina. Tanto Parr y Bolena tenían esposas que fueron damas de honor de Catalina, mientras que Margaret Pole era amiga de Catalina desde los viejos tiempos en Ludlow, durante su primer matrimonio con el príncipe Arturo. 

Después del bautismo y la confirmación, María, precedida por sus padrinos, fue llevada a la Cámara de la Reina y fue presentada a Catalina. Entonces, la bebé fue entregada al personal de la guardería. Una vez más, sus principales miembros parecen haber sido escogidos por Catalina. La nodriza, que era fundamental para la supervivencia de la niña, fue Catalina Pole. Su marido, Leonardo, era otro miembro de la familia de lady Salisbury. 

Infancia en la corte
Durante los primeros años de María, Catalina mantuvo a su hija cerca de ella en la corte. En los palacios más grandes, ella tenía su propia "cámara", o un conjunto de habitaciones que formaban parte de la suite de la reina, que era mucho más grande. A la princesa se ​​le dieron dos habitaciones: una interna, donde dormía en su cuna cada día, y una exterior, en donde recibía visitantes. 

Lady Bryan tenía una habitación, y la lavandera otra donde trabajaba y dormía. Probablemente había una cámara de dormitorios para los funcionarios menores femeninos y un alojamiento para el capellán de María. Encontrar espacio para muchos era imposible en todos, menos en los palacios más grandes. Y el problema se agravó cuando los criados masculinos, que eran en cantidades considerables, se añadieron al personal de enfermería. 
La princesa tenía veintidós siervos en 1519 y treinta y uno a finales de año. Así que María y su familia tuvieron que mudarse, junto a una casa señorial. Esto es lo que sucedió durante la temporada de Navidad de 1517-8.

Catalina y Enrique estaban pasando las vacaciones en Windsor, mientras que María fue llevada al cercano Ditton Park. Ditton Park estaba a sólo un par de kilómetros de Windsor. Sin embargo, se encuentra en la orilla norte del Támesis, mientras que el castillo de Windsor se encuentra en el sur. 

Windsor

Es casi seguro que se llevo a cabo un viaje de Ditton al Castillo el 1 de enero de 1518. Por entonces María, a la edad de un año y once meses, participo en la primera ceremonia registrada y recibió regalos de Año Nuevo. Su padrino, el cardenal Wolsey, le envió una copa de oro por uno de sus siervos, su madrina, la condesa de Devonshire, le envió una cuchara de oro y la duquesa de Norfolk, su otra madrina, una cartilla, que se esperaba pronto leería la princesa.
Los sirvientes que habían entregado los regalos, recibían una recompensa, estrictamente proporcionales a la categoría de su señor o señora. 

Supuesto retrato de María Tudor

A finales de 1519, Wolsey, actuando en nombre de Enrique, llevó a cabo una reforma general para el gobierno real y el hogar. María también recibió atención. Se le asigno a María un ingreso fijo de un año a partir de £1100 del Tesoro de la Cámara. Ahora María tenía un hogar independiente correspondiente a su condición de Princesa de Inglaterra. 

Educación

Margaret Pole

En general, el cuidado que ponía Catalina en la educación de María consistía más en la supervisión y el nombramiento de profesores que en la enseñanza directa. Pero, aún así, estudiaba latín juntas.

También hubo un cambio de institutriz aproximadamente al mismo tiempo. Lady Bryan era una competente gerente de guardería de alto nivel. Pero, parece que sentían que le faltaba el estado y tal vez el talento para supervisar la educación en rápido desarrollo de la princesa. Su reemplazo fue Lady Salisbury, el cual parece ser ideal. La condesa era confidente de Catalina y ella era de sangre real, religiosa y virtuosa. También estaba seriamente interesada en aprender. Uno de sus propios hijos, Reginald Pole, futuro cardenal, fue de los aristócratas ingleses más eruditos y piadosos de su generación. Y mientras que ella era institutriz de María, la condesa encargó una traducción del sermón de Erasmus "De inmensa dei misericordia" (la gran misericordia de Dios)

Los resultados de la atención de la condesa fueron claros en 1520, cuando María fue a su primera visita de Estado. Un grupo de caballeros franceses habían venido a Inglaterra. Fueron recibidos en la cámara de María, que contó con la compañía de su institutriz, Lady Salisbury, la duquesa de Norfolk, y otras damas de la nobleza. María estaba en su mejor comportamiento. Dio la bienvenida a sus visitantes "con su más hermoso rostro, la comunicación adecuada, y un pasatiempo agradable en tocar en el virginal...". 
Sus padres estaban encantados: su padre con su musicalidad, y su madre con su conducta y habilidad lingüística.

María recibió una educación superior. En una época en que las niñas, incluso las de la nobleza, se les recibían una cantidad mínima de la educación superior, a María se le otorgaron los mejores tutores y estudió las obras de destacados especialistas: Linacre, William Lily , Sir Tomás Moro, Erasmo de Rotterdam, y el humanista español, Vives. Hablaba latín, francés, español y entendía el italiano. Ella aprendió las habilidades básicas de montar a caballo, la costura y el bordado y tenía un talento musical natural. Ella, al igual que su padre, se destacó en la espineta y el virginal. Buscaba cualquier excusa para mostrar sus talentos musicales.



Bibliografia
Starkey, David: Six Wives, Harper, New York, 2004.

Fraser, Antonia: Las Seis Esposas de Enrique VIII, Ediciones B, Barcelona, 2007.

Fuente: http://marytudor.net/

10 ene 2013

Jane Seymour (Parte 2 y última)

Reina de Inglaterra

Al siguiente día de la ejecución de Ana, el 20 de mayo, Enrique VIII y Jane Seymour se comprometieron; a las 9:00 am en York Place, según Chapuys; en Chelsea, secretamente, según el cronista Wriothesley quien, como heraldo y primo de la mano derecha de Cromwell, estaba muy bien informado. El 30 de mayo se casaron en York Place, en el "gabinete de la reina" (Starkey, p. 591)Durante 1536, Inglaterra tuvo tres reinas, ya sea oficial o extraoficialmente. 

Una cosa era que Miles Coverdale, a punto de dedicarle su traducción de la Biblia al inglés a Ana Bolena, hiciera imprimir rápidamente el nombre de Jane Seymour en su lugar; eso era fácil. La heráldica costaba más. Tomemos como ejemplo el castillo de Dover.. A Gaylon Hone, el vidriero del rey, acababa de pagarle casi 200 libras por incluir "el emblema de la reina" en varias ventanas de los alojamientos reales del castillo; como esos pagos se realizaron entre 16 de abril y 14 de mayo, tuvieron que ser para los emblemas de Ana. Presumiblemente reemplazaron los de Catalina de Aragón en previsión de la visita de verano. Sin embargo, entre el 2 de julio y el 30 de julio hubo que hacer sustanciosos pagos a Galyon Hone para que suprimieran una vez más "los emblemas de la antigua reina" y los reemplazaran por los de Jane. Enrique VIII, con sus sucesivos matrimonios, le hizo un favor al vidriero, al menos (Fraser, p. 396).
Dadas las circunstancias, fue una suerte que el leopardo heráldico de Ana Bolena resultara fácil de transformar en la pantera heráldica de Jane Seymour "rehaciendo la cabeza y la cola" (Ídem).

El 18 de junio, Cromwell recibió su recompensa: el cargo de Lord del Sello Privado, recientemente despojado al padre de Ana. Los reformadores temían lo peor. El 23 de mayo, Shaxton dirigió una carta de súplica a Cromwell, pues era consciente de que Jane no incitaría a la Reforma (Starkey, p. 592). En ese sentido, la nueva reina sería conservadora (al igual que la facción que la apoyó durante su romance con el rey). Incluso Lutero la llamaría "una enemiga del Evangelio". 

Miniatura del siglo XVII de Wencelaus Hollar

El rey aprovechó las tradicionales festividades de Pentecostés para presentar a la nueva reina. En vísperas de la boda, caminaron juntos hasta Mercers Hall para observar la Guardia de la Ciudad. El 7 de junio, inició una procesión fluvial desde Greenwich hasta Whitehall. La procesión de barcas, las de los lores precediendo la del rey, era un espectáculo imponente, y cuando la barca real pasaba junto a las embarcaciones del Támesis, "cada nave disparó sus cañones". Un signo notable de los tiempos fue la presencia de Chapuys, de pie junto a una tienda con las armas imperiales, rodeado por sus caballeros vestidos de terciopelo, para observar el paso del rey y su nueva esposa. Cuando la barca real se aproximó a la tienda, Chapuys envió a sus trompeteros y músicos para tocar una fanfarria "y así [ellos] hicieron una gran reverencia al rey y a la reina" (Fraser, p. 397). Cuando aún vivía Ana, el embajador imperial declaró que el mundo nunca la aceptaría como reina, pero podría aceptar a otra dama. Claramente, el emperador daba su bendición a este tercer matrimonio. 

María Tudor

Los partidarios de lady María estaban particularmente entusiasmados con la nueva reina. Desde antes de su matrimonio, se consideraba que Jane estaba en disposición de apoyar a la primogénita de Enrique. Tenían en común su devoción por la vieja fe y apenas era siete u ocho años mayor que su hijastra. No se podía ignorar el hecho de que lady María, a sus veinte años, podía ser una pieza útil en el mercado matrimonial, dadas sus conexiones. Isabel, en cambio, cargaba con la desgracia de su madre. Contrario a lo que se muestra en la ficción, Jane no estaba interesada en ella. 

Según se cuenta, el rey Enrique reaccionó a las súplicas de la reina por María diciéndole que debía estar loca al pensar tales cosas: "Ella debería estudiar el bienestar y la exaltación de sus propios hijos, si tuviera alguno con él, en vez de preocuparse por el bien de los otros". Pero Jane le respondió que al solicitar la reinstauración de María pensaba que estaba pidiendo no tanto por el bien de los otros como por "el bien, el reposo y la tranquilidad de él mismo, de los hijos que ellos mismos podían tener y del reino en general" (Fraser, p. 400).

Chapuys tocó el tema cuando tuvo su primera audiencia con Jane el 6 de junio en Greenwich. Le rogó que favoreciera los intereses de María. Y ella respondió que lo haría. Fue en este punto cuando Enrique intervino para acortar la conversación. Pero, tan pronto como Chapuys se fue, Cromwell informó al embajador: "Ella había hablado con el rey lo más calurosamente posible a favor de María". También había ensalzado el poder y la grandeza de las conexiones familiares de María (Starkey, p. 596).

Durante los tres años del reinado de Ana, la correspondencia de Chapuys había estado llena de predicciones de rebelión. Ahora, cinco meses después de su muerte, las predicciones se cumplieron. Primero Lincolnshire y luego el norte se sublevaron. Los rebeldes encontraron un líder carismático en Robert Aske. Los monasterios debían ser restaurados. María debía ser declarada heredera. Cromwell, Rich y Audley debían ser ejecutados, o al menos exiliados. Y los obispos herejes de Ana, como Cranmer, Latimer, Shaxton e Hilsey, debían ser quemados (Starkey, pp. 602).

Ante la rebelión, tanto María como Isabel fueron llevadas a la corte y tratadas con honores casi reales. "Lady María', informó un agente francés, "es ahora la primera después de la reina, y se sienta a la mesa frente a ella, un poco más abajo [...]". "Lady Isabel", observó, "no estaba en esa mesa, aunque el rey es muy cariñoso con ella. Se dice que la ama mucho". Pero detrás de la fachada de unidad, había profundas divisiones. Jane, sin duda, simpatizaba con el impulso principal de las demandas rebeldes. "Al comienzo de la insurrección", continúa el informe francés, "la reina se arrodilló ante el rey y le suplicó que restaurara las abadías". Enrique la rechazó: "¡Levántate!" él dijo, "A menudo le había dicho que no se metiera en sus asuntos". Luego añadió la terrible advertencia: recuerda a Ana. "Fue suficiente", concluyó el francés, "para asustar a una mujer que no es muy segura" (Ídem).


Se diseñaron magníficas joyas para la nueva reina, con H e I (por la forma latina Ioanna) reemplazando las previas H y A. Un colgante con centro de esmeralda, cargado de perlas, fue diseñado por Holbein. Y también Holbein fue el encargado de modelar la magnífica copa de oro, presentada por el rey a la reina, que pesaba más de quince kilos, con medallones de antiguas cabezas, delfines y querubines que sostenían las armas de la reina bajo una corona imperial, así como las iniciales H e I entrelazadas en un verdadero nudo de amor. Además el lema: "Obligada a obedecer y servir", que había causado una impresión tan favorable en todos (Fraser, pp. 407-8).

Jane hizo todo lo posible por diferenciarse de su predecesora. La corte alegre y afrancesada de la reina Ana fue sustituida por una más estricta y apegada al modelo inglés. La verdadera clave del carácter de Jane fue la sumisión. Eso quedó claro desde el lema que escogió: "Obligada a obedecer y servir". 


El nacimiento de un príncipe
Muerte de Jane Seymour (1847) del pintor francés Eugène Devéria

A principios de enero de 1537, Jane quedó embarazada. Su estado se dio a conocer en marzo. Desde el matrimonio de su hermana, Eduardo había progresado mucho en la corte. Al día siguiente de ser elevado a la dignidad de par, recibió numerosas mansiones en Wiltshire y otras partes. Fue nombrado capitán de la isla de Jersey y canciller conjunto de Gales del Norte. El embarazo de su hermana trajo más beneficios; el 22 de mayo, fue nombrado consejero privado. Enrique, uno de los hermanos de Jane, prefirió una vida tranquila en el campo, pero Tomás fue nombrado caballero de la cámara privada. Elizabeth se casó con Gregory Cromwell en alguna fecha anterior a 1538. La confirmación del embarazo de la reina fue celebrada el 27 de mayo (Fraser, pp. 420-422).

A mediados de julio, Jane, con seis meses de embarazo, comía codornices para la cena. Lady Lisle las había enviado y, las condesas de Rutland y Sussex, que servían a la reina, aprovecharon el hecho. Le recordaron la petición de Lady Lisle para sus hijas, Ana y Catalina Basset. La reina escogió a Ana. Hubo un problema inmediato sobre lo que debía ponerse. Lady Lisle la había equipado a la última moda francesa, la cual, era inadecuada en la corte de Jane. Sin embargo, como concesión especial, estuvo de acuerdo en que "la Sra. Ana usará su ropa francesa". Pero dos cosas eran negociables. Anne tenía que usar un gorro o tocado de estilo inglés y una faja o corpiño (Starkey, p. 606)El agente de lord Lisle en Londres, John Husee, le escribió a lady Lisle en Calais respecto al nuevo atuendo de Ana Basset: "...me pareció que no le queda tan bien como la caperuza francesa, pero se debe hacer el gusto de la reina". Dos semanas más tarde seguía creando problemas el vestuario extranjero de Ana. Ahora "el placer de la reina es que la señorita Ana no use más sus ropas francesas" sino que se equipe con adecuados trajes de raso y terciopelo negro; además, la tela de sus camisas (que se usaban de día y de noche) era demasiado tosca, y necesitaba relleno en el escote. Desde que dos damas se elevaron al rango de consorte real, un puesto en la corte sería considerado más ventajoso que nunca (Fraser, pp. 408-9).

Mural de Whitehall (Enrique VII e Isabel de York, en parte superior)

La reina se retiró a su cámara a finales de septiembre. Como de costumbre, se esperaba un varón. En esta época, Holbein se encargó del gran mural de Whitehall (que ahora sólo sobrevive parcialmente en un cartón y en copias posteriores), que pudo haber sido inspirado por el inminente nacimiento del heredero. La tarde del 9 de octubre, la reina inició labor de parto, en los apartamentos reales recién remodelados de Hampton Court. La agonía de Jane no terminó pronto. Al cabo de dos días, una solemne procesión recorría la ciudad para "orar por la reina que estaba entonces de parto". Finalmente, a las dos de la mañana del día siguiente, 12 de octubre, nació el niño. Fue bautizado con el nombre de Eduardo, por su bisabuelo, pero más en particular porque era la víspera de San Eduardo (Fraser, p. 424).

Antonio de Guaras se enteró de que el rey lloró al tomar a su hijo en sus brazos. A pesar de la duración del parto (dos días y tres noches) el bebé no nació por cesárea, como se rumoreó luego. La operación se conoce desde tiempos antiguos; probablemente su nombre deriva de la ley romana, la lex Caesarea, respecto del sepelio de mujeres que morían mientras estaban embarazadas (no por el nacimiento de Julio César, como a veces se sugiere). Pero por entonces era impensable que una mujer sobreviviera a ella (Fraser, pp. 424-5). En cambio Jane todavía pudo recibir gente tras el bautismo, tres días más tarde.

El 15 de octubre se celebró un suntuoso bautismo. Gertrude marquesa de Exeter llevó al bebé, asistida con su preciosa carga por su esposo y el duque de Suffolk. La cola de su manto fue levantada por el conde de Arundel, hijo de Norfolk. Entre los caballeros de la cámara privada que sostenían el dosel sobre la cabeza del bebé estaba su tío, Thomas Seymour. Edward Seymour tenía un deber más pesado: llevaba a la hermanastra del príncipe, Isabel, de cuatro años. En cuanto a María, actuó como madrina del niño que al fin ocupaba su lugar como heredero del trono inglés. El 18 de octubre, el bebé fue proclamado príncipe de Gales, duque de Cornualles y conde de Carnavon (Fraser, p. 427).

La muerte de una reina
La mujer que hizo posible todo eso se marchitó. La fiebre puerperal era la causa principal de mortalidad materna, ya que la higiene no era la más adecuada. La tarde del 23 de octubre, su chambelán, lord Rutland, anunció que estaba levemente mejor gracias a "una evacuación natural". Pero la mejoría no duró (Fraser, p.428).

La reina Jane murió a medianoche el 24 de octubre, sólo doce días después del nacimiento de su hijo. Misas solemnes por el reposo del "alma de nuestra muy bondadosa reina" reemplazaron los jubilosos Te Deum. Como el rey Enrique le dijo al rey de Francia, que lo felicitaba por el nacimiento de su hijo: "La divina providencia ha mezclado mi alegría con la amargura de la muerte de la que me trajo esta felicidad" El sepelio de la reina estaba previsto para el 12 de noviembre. Mucho antes de esa fecha ya que se había discutido la cuestión de una nueva consorte. Cromwell procedió a revisar la posibilidad de una princesa francesa, una vez más (Fraser, p. 429).


El rey Enrique quedó con un recuerdo sentimental de una joven pálida y dócil que fue la esposa perfecta. En su último testamento, Jane Seymour fue ensalzada como su "verdadera y amante esposa". 

El rey Enrique dejó los arreglos para el sepelio de la reina Jane, según su costumbre, al duque de Norfolk, como conde mariscal, y a sir William Paulet, tesorero de la casa. El rey se "retiró a un lugar solitario para atender sus penas". Los funcionarios mandaron llamar al heraldo de la Jarretera "para estudiar los precedentes", ya que, si bien tenían cierta experiencia en el sepelio de reinas anteriores, una reina "buena y legal" no había sido enterrada desde Isabel de York, hacía casi treinta y cinco años (Fraser, p. 430).

El ataúd, tras ser perfumado con incienso, fue llevado en procesión de antorchas a la capilla, donde el heraldo Lancaster, en voz alta, pidió a los presentes que "por su caridad" rogaran por el alma de la reina Jane.

Los sacerdotes velaron de noche en la capilla y las damas de día hasta el 12 de noviembre, cuando el ataúd fue llevado en solemne procesión a Windsor. Lady María desempeñó el papel de deudo principal. Un monumento magnífico se planeó para la tumba que el rey pensaba compartir con la reina Jane: debía haber una estatua de la reina reclinada como en el sueño, no en la muerte, y debían haber niños sentados en los ángulos de la tumba, con canastas de las que surgieran rosas rojas y blancas de jaspe, cornelina y ágata, esmaltadas y doradas. Las propias joyas de la difunta reina, incluidas cuentas, bolas y "tabletas" fueron distribuidas entre sus hijastras y las damas de la corte (María fue la principal beneficiaria). Cadenas y broches de oro fueron para los hermanos de la reina, Thomas y Henry Seymour. Pero los bienes y la dote de Jane volvieron a ser del rey (Fraser, p. 431-2).

El rey Enrique pasó la Navidad de 1537 en Greenwich "en traje de luto": de hecho, no abandonó el negro hasta el día siguiente de la Candelaria, el 3 de febrero de 1538. Para entonces, las prácticas averiguaciones de Cromwell sobre las princesas de Francia, inmediatamente después de la muerte de la reina, se habían convertido en una caza a escala internacional de una nueva mujer que compartiera la cama matrimonial del rey inglés (Fraser, p. 432).





Bibliografía 
Starkey, D. (2004) Six Wives: The Queens of Henry VIII. Nueva York: Harper Perennial.

Fraser, A. (2007) Las Seis Esposas de Enrique VIII. Barcelona: Ediciones B.