La joven emperatriz había perdido lo que más apreciaba: su libertad. El tiempo ya no le pertenecía y tendría que soportar interminables fiestas, ceremonias, desfiles militares y recepciones sin perder jamás la sonrisa. El rígido ceremonial de los Habsburgo impedía que los demás se dirigieran a ella, únicamente responder a sus preguntas. Debía ser gentil, pero distante. Los besos y abrazos estaban prohibidos, incluso a sus familiares. Sólo se podía besar la mano de la soberana. La archiduquesa Sofía la vigilaba, criticando todos sus movimientos.
Ni siquiera en la alcoba imperial existía intimidad. Los lacayos y doncellas se encargaban de difundir rumores. Toda la corte se enteró de que no habían consumado el matrimonio hasta el tercer día.
Tras una semana de audiencias, recepciones, bailes de salón y cenas de gala, los emperadores se retiraron al palacio de Laxenburg para disfrutar de su luna de miel. Fue entonces cuando Sissi por primera vez fue consciente de su soledad y aislamiento. Cada mañana muy temprano el emperador viajaba hasta el palacio de Hofburg, en Viena, a unos veinte kilómetros de Laxenburg, para atender sus asuntos y ella se quedaba sola todo el día en compañía de su suegra. Su madre Ludovica y sus hermanos —incluida Nené— habían regresado a Baviera. Ya no tenía con quién desahogarse y las personas que la rodeaban, desde la condesa Esterházy hasta sus doncellas, eran unas desconocidas. Sissi sólo se entretenía con las inseparables mascotas traídas de Possenhofen. Llevada por una profunda añoranza, se refugiaba en la poesía y llenaba páginas enteras con versos que reflejaban su estado de ánimo.
Los primeros meses en Viena fueron muy duros para Sissi. Ella, que venía de un ambiente liberal, tenía que enfrentarse al rigor de la corte más solemne y antigua de Europa. Se sentía prisionera en una jaula de oro, atormentada por los enfrentamientos con su suegra. La emperatriz era considerada caprichosa y excéntrica. En su primera cena en el Palacio Imperial de Hofburg su comportamiento «tan inapropiado» causó un gran revuelo. En aquella velada Sissi pidió cerveza en lugar de vino, ante el asombro de todos los comensales, y después se quitó los guantes para coger los cubiertos. Sofía la reprendió con estas duras palabras: «Has escandalizado a todo el mundo comportándote como una lugareña bávara. Los guantes están prescritos por la etiqueta, la cerveza no es bebida para una emperatriz, por lo menos en público. No es correcto reír para una emperatriz, debe limitarse a sonreír, tanto si se divierte como si se aburre». La respuesta de Sissi fue tajante: «Si no me quiere tal y como soy lo siento mucho, pero no voy a cambiar». Aunque la emperatriz contaba con el apoyo de su esposo, éste no podía entender que sufriera tanto por estar sola. Su madre Sofía le había educado en un completo aislamiento y había hecho de él un joven muy educado, consciente de sus obligaciones, íntegro y defensor de los valores del Antiguo Régimen. Francisco José aceptaba estos sacrificios como algo inherente a su cargo.
Francisco José la amaría hasta el final de su vida, pero siempre se sentiría apegado a su papel de emperador, conservador y absolutista. Isabel también se sentía excluida porque su esposo nunca le informaba sobre los acontecimientos que sacudían el imperio. El emperador sólo consultaba los asuntos de Estado con su poderosa madre, cuyos consejos apreciaba mucho. Como emperatriz de Austria, ostentaba una interminable lista de títulos y cuarenta y siete países más cuya existencia desconocía y ni sabía situar en un mapa. También ignoraba todo sobre la difícil situación que atravesaba Austria, sumida en la bancarrota, amenazada por guerras y hambrunas y muy atrasada en comparación a otros países europeos. Las duras acciones represivas desatadas por el emperador contra los revolucionarios democráticos y los nacionalistas húngaros de 1848 habían provocado un malestar que ponía en peligro la unidad del imperio.
Sissi visitó conventos e iglesias, orfanatos, escuelas y hospitales para pobres. Su forma sencilla y afectuosa de dirigirse a los más desfavorecidos despertó el entusiasmo de la gente. Pero Sofía no se lo permitió y le otorgó un papel meramente decorativo.
Maternidad
La relación de Sissi con su suegra empeoró al quedar embarazada. El emperador apenas tenía tiempo para ella debido a la guerra de Crimea. Rusia ahora era enemiga de Austria y los ejércitos imperiales habían sido movilizados para impedir que su influencia se agrandara, como el zar pretendía, a costa de los territorios del Imperio turco. Sofía, esperanzada ante la llegada de un príncipe heredero, se mostraba aún más controladora con su nuera. En una carta fechada el 29 de junio de 1854, Sofía le dice al emperador: «Me parece que Sissi no debería pasar tantas horas con los papagayos, pues, especialmente en los primeros meses de embarazo, es peligroso ver con insistencia determinados animales, ya que el pequeño en camino puede parecerse a ellos. Es conveniente que se mire mucho al espejo o que te contemple a ti. Que procurase hacerlo así sería muy de mi gusto». También le prohibió que sus enormes perros alemanes, que la seguían a todas partes, entraran en sus aposentos.
En marzo de 1855, a los diecisiete años, Sissi dio a luz a una niña robusta, bautizada con el nombre de su abuela y madrina, Sofía, sin que nadie consultara a la madre. Al año siguiente, en julio, y para desencanto del emperador que deseaba un varón, tuvo otra niña a la que llamaron Gisela. La emperatriz se mostró feliz con el nacimiento de sus hijas. Pero la archiduquesa Sofía se interpuso una vez más en la felicidad de la pareja. Considerando que su nuera era demasiado joven e inestable para criar a las princesas, decidió ocuparse de sus nietas y ordenó que se instalaran las habitaciones de las niñas cerca de las suyas.
Sissi con su hija Gisela y Rodolfo
Con el paso de los meses la separación de sus hijas se le hizo insoportable y le pidió al emperador que tomara cartas en el asunto. Francisco José se armó de valor para escribir la siguiente carta a su madre: «Le suplico encarecidamente que tenga condescendencia para con Sissi si tal vez le parece una madre demasiado celosa. ¡Es una esposa y madre tan abnegada! Si usted se digna considerar con calma el asunto, quizá comprenda la pena que nos produce ver a nuestras hijas prácticamente encerradas en su casa, mientras que la pobre Sissi se ve obligada a subir la estrecha escalera para sólo raras veces encontrar solas a las pequeñas […]. Además, Sissi no tiene en absoluto la intención de privarla a usted de las niñas, y me encargó especialmente que le dijera que las pequeñas estarán siempre a su completa disposición». Por primera vez el emperador desautorizó a su madre. Ésta, indignada ante la idea de apartar a las princesas de su lado, amenazó con abandonar para siempre Hofburg.
Ante la delicada situación de aislamiento que atravesaba Austria tras el fin de la guerra de Crimea y los movimientos independentistas, Francisco José decidió reconquistar el aprecio de las provincias más problemáticas, Hungría y Lombardía-Venecia. Para demostrar su poderío militar, los emperadores viajaron en el invierno de 1856 a sus dominios en la Alta Italia. En sus apariciones iban siempre acompañados por un gran séquito militar, lo que constituía una provocación los italianos hartos de la ocupación de su país. Semanas después de la estancia en Italia, los emperadores emprendieron viaje a Hungría. Las relaciones entre Viena y Budapest eran sumamente tensas desde 1848, cuando la rebelión de la aristocracia húngara fue brutalmente reprimida por el ejército. La corte de Viena, con la archiduquesa Sofía al frente, era antihúngara; en cambio la emperatriz Isabel sentía simpatía por ese pueblo.
Como iban a ausentarse por cuatro meses, Isabel quiso llevar consigo a sus hijas, provocando un nuevo enfrentamiento con Sofía. Pese a las protestas de la archiduquesa con respecto a la larga y agotadora travesía que podría perjudicar a las niñas, Isabel consiguió que sus hijas la acompañaran.
Hungría era un país al que la joven se sintió unida para siempre, donde había sido recibida con afecto y respeto. Mientras que en Hungría se admiraba su habilidad para la equitación, a los miembros del séquito imperial les horrorizaba ver a la soberana montada en un caballo. Sin embargo, Sissi guardaría un triste recuerdo de su primer viaje oficial a Hungría. Su hija mayor, Sofía, de dos años, cayó enferma de fiebres y disentería. Aunque los padres estaban muy inquietos, el doctor Seeburger los tranquilizó diciendo que no era nada grave y que su estado era debido a la dentición. Pero en los días siguientes la salud de la pequeña Sofía empeoró, por lo que el viaje de los emperadores a las provincias húngaras tuvo que ser suspendido. Isabel no separó del lecho de su hija.
Escena de película Sissi Emperatriz
Ante la delicada situación de aislamiento que atravesaba Austria tras el fin de la guerra de Crimea y los movimientos independentistas, Francisco José decidió reconquistar el aprecio de las provincias más problemáticas, Hungría y Lombardía-Venecia. Para demostrar su poderío militar, los emperadores viajaron en el invierno de 1856 a sus dominios en la Alta Italia. En sus apariciones iban siempre acompañados por un gran séquito militar, lo que constituía una provocación los italianos hartos de la ocupación de su país. Semanas después de la estancia en Italia, los emperadores emprendieron viaje a Hungría. Las relaciones entre Viena y Budapest eran sumamente tensas desde 1848, cuando la rebelión de la aristocracia húngara fue brutalmente reprimida por el ejército. La corte de Viena, con la archiduquesa Sofía al frente, era antihúngara; en cambio la emperatriz Isabel sentía simpatía por ese pueblo.
Gisela de Habsburgo
Como iban a ausentarse por cuatro meses, Isabel quiso llevar consigo a sus hijas, provocando un nuevo enfrentamiento con Sofía. Pese a las protestas de la archiduquesa con respecto a la larga y agotadora travesía que podría perjudicar a las niñas, Isabel consiguió que sus hijas la acompañaran.
Hungría era un país al que la joven se sintió unida para siempre, donde había sido recibida con afecto y respeto. Mientras que en Hungría se admiraba su habilidad para la equitación, a los miembros del séquito imperial les horrorizaba ver a la soberana montada en un caballo. Sin embargo, Sissi guardaría un triste recuerdo de su primer viaje oficial a Hungría. Su hija mayor, Sofía, de dos años, cayó enferma de fiebres y disentería. Aunque los padres estaban muy inquietos, el doctor Seeburger los tranquilizó diciendo que no era nada grave y que su estado era debido a la dentición. Pero en los días siguientes la salud de la pequeña Sofía empeoró, por lo que el viaje de los emperadores a las provincias húngaras tuvo que ser suspendido. Isabel no separó del lecho de su hija.
Tras doce horas de agonía, Sofía falleció víctima del tifus el 29 de mayo de 1857, en brazos de su madre. «Nuestra pequeña ya tiene su morada en el cielo. Hemos quedado llenos de aflicción. Sissi, resignada ante los designios del Señor», telegrafió Francisco José a su madre. La pareja imperial regresó de inmediato a Viena. La archiduquesa Sofía de Habsburgo-Lorena fue enterrada en la cripta de los Capuchinos, donde reposaban los restos de los Habsburgo.
Sofía de Habsburgo
La muerte de Sofía sumió a Sissi en una depresión que marcaría su carácter para siempre. Lloraba sin cesar y se negaba a comer. El sentimiento de culpa por la muerte de su primogénita la perseguiría toda la vida. Esta tragedia familiar hizo que Sissi se convenciera de su incompetencia como madre y terminó por aceptar que sus suegra se hiciera cargo de Gisela, su hija de once meses.
En el verano de 1857, en vista del alarmante estado anímico de la emperatriz, Ludovica tuvo que viajar a Viena para intentar consolarla, pero ni siquiera su madre y sus hermanos consiguieron animar a Isabel. Además, en esta época tan dolorosa para Sissi, el hermano menor de Francisco José, Maxilimiliano, se casó con Carlota de Bélgica. La esposa de Maximiliano era bella, inteligente, rica y con un árbol genealógico intachable. La archiduquesa Sofía no tardaría en comparar la buena educación de la joven belga con la de Isabel de Baviera.
Rodolfo de Habsburgo
La situación de Sissi mejoró a finales de 1857, cuando se supo que estaba embarazada. El 21 de agosto de 1858 dio a luz en Laxenburg a un heredero. Fue nombrado Rodolfo, en memoria del primer emperador de la dinastía Habsburgo.
Entre tanta alegría y felicidad, Sissi se hallaba muy débil; había sido un parto largo y complicado del cual tardó en recuperarse. Nuevamente, no se le permitió amamantar a su hijo.
Morato, Cristina Morato, "Reinas malditas", Plaza&Janes, 2014
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