13 dic 2014

Juana de Arco, la doncella de Orleans (parte 3)

El fracasado ataque de París 
Juana se lanzó audazmente al ataque de París, pero la empresa fracasó por la falta de los refuerzos que el rey había prometido enviar y por la ausencia del monarca. La santa recibió una herida en el muslo durante la batalla y, el duque de Alençon tuvo que retirarla casi a rastras. La tregua de invierno que siguió, la pasó Juana en la corte, donde los nobles la miraban con mal disimulado recelo. Cuando recomenzaron las hostilidades, Juana acudió a socorrer la plaza de Compiegne, que resistía a los borgoñones. El 23 de mayo de 1430, entró en la ciudad y ese mismo día organizó un ataque que no tuvo éxito. A causa del pánico, o debido a un error de cálculo del gobernador de la plaza, se levantó demasiado pronto el puente levadizo, y Juana, con algunos de sus hombres, quedaron en el foso a merced del enemigo. 

Captura
Los borgoñeses derribaron del caballo a la doncella entre una furiosa gritería y la llevaron al campamento de Juan de Luxemburgo, pues uno de sus soldados la había hecho prisionera. Desde entonces hasta bien entrado el otoño, la joven estuvo presa en manos del duque de Borgoña. Ni el rey ni los compañeros de la santa hicieron el menor esfuerzo por rescatarla, sino que la abandonaron a su suerte. Pero, si los franceses la olvidaban, los ingleses en cambio se interesaban por ella y la compraron, el 21 de noviembre, por una suma equivalente a 23,000 libras esterlinas, actualmente. Una vez en manos de los ingleses, Juana estaba perdida. Estos no podían condenarla a muerte por haberles derrotado, pero la acusaron de hechicería y de herejía. Como la brujería estaba entonces a la orden del día, la acusación no era extravagante. Además, es cierto que los ingleses y los borgoñeses habían atribuido sus derrotas a conjuros mágicos de la santa doncella.

Proceso
El jucio de Juana en Rouen

Los ingleses la condujeron, dos días antes de Navidad, al castillo de Rouen. Según se dice sin suficiente fundamento, la encerraron, primero, en una jaula de acero, porque había intentado huir dos veces; después la trasladaron a una celda, donde la encadenaron a un poyo de piedra y la vigilaban día y noche.

 El 21 de febrero de 1431, la santa compareció por primera vez ante un tribunal presidido por Pedro Cauchon, obispo de Beauvais, un hombre sin escrúpulos, que esperaba conseguir la sede arquiepiscopal de Rouen con la ayuda de los ingleses. El tribunal, cuidadosamente elegido por Cauchon, estaba compuesto de magistrados, doctores, clérigos y empleados ordinarios. En seis sesiones públicas y nueve sesiones privadas, el tribunal interrogó a la doncella acerca de sus visiones y "voces", de sus vestidos de hombre, de su fe y de sus disposiciones para someterse a la Iglesia. Sola y sin defensa, la santa hizo frente a sus jueces valerosamente y muchas veces los confundió con sus hábiles respuestas y su memoria exactísima. Una vez terminadas las sesiones, se presentó a los jueces y a la Universidad de París un resumen burdo e injusto de las declaraciones de la joven. En base a ello, los jueces determinaron que las revelaciones habían sido diabólicas y la Universidad la acusó en términos violentos.

En la deliberación final el tribunal declaró que, si no se retractaba, debía ser entregada como hereje al brazo secular. La santa se negó a retractarse a pesar de las amenazas de tortura. Pero, cuando se vio frente a una gran multitud en el cementerio de Saint-Ouen, perdió valor e hizo una vaga retractación. Digamos, sin embargo, que no se conservan los términos de su retractación y que se ha discutido mucho sobre el hecho. La joven fue conducida nuevamente a la prisión, pero ese respiro no duró mucho tiempo. 
Ya fuese por voluntad propia, ya por artimañas de los que deseaban su muerte, lo cierto es que Juana volvió a vestirse de hombre, contra la promesa que le habían arrancado sus enemigos. Cuando Cauchon y sus hombres fueron a interrogarla en su celda sobre lo que ellos consideraban como una infidelidad, Juana, que había recobrado todo su valor, declaró nuevamente que Dios la había enviado y que las voces procedían de Dios.

La muerte de una santa


Según se dice, al salir del castillo, Cauchon dijo al Conde de Warwick: "Tened buen ánimo, que pronto acabaremos con ella". El martes 29 de mayo de 1431, los jueces, después de oír el informe de Cauchon, resolvieron entregar a la santa al brazo secular como hereje renegada. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Santa Juana fue conducida a la plaza del mercado de Rouen para ser quemada en vida. Cuando los verdugos encendieron la hoguera, Juana pidió a un fraile dominico que mantuviese una cruz a la altura de sus ojos. Murió rezando. Invocaba al Arcángel San Miguel, al cual siempre le había tenido gran devoción e invocando el nombre de Jesús tres veces, murió. 

La santa no había cumplido todavía los veinte años. Sus cenizas fueron arrojadas al río Sena. Más de uno de los espectadores debió haber hecho eco al comentario amargo de Juan Tressart, uno de los secretarios del rey Enrique: "¡Estamos perdidos! ¡Hemos quemado a una santa!"
Veintitrés años después de la muerte de Santa Juana, su madre y dos de sus hermanos pidieron que se examinase nuevamente el caso, y el Papa Calixto III nombró a una comisión encargada de hacerlo. El 7 de julio de 1456, el veredicto de la comisión rehabilitó plenamente a la santa. Más de cuatro siglos y medio después, el 16 de mayo de 1920, Juana de Arco fue solemnemente canonizada por el Papa Benedicto XV.


Otros datos
•Juana de Arco fue relativamente popular en la Corona de Castilla durante las décadas posteriores a su muerte. Se dice que Isabel la Católica fue una gran admiradora suya y que su empeño por invadir el Reino de Granada, con el que Castilla había convivido más o menos en paz durante más de 200 años, fue un intento por emular a aquélla en su lucha contra los invasores ingleses de su país. 

•Hasta el siglo XV, la dama (llamada también reina o visir) fue una pieza de importancia menor en el juego del ajedrez con unos movimientos similares a los del rey. Ciertos autores han sugerido que los grandes cambios en la movilidad de esta ficha, que hoy es una de las principales del juego, fueron introducidos como homenaje a la que había sido dirigente del ejército francés. 



Bibliografia 
•Mark Twain, Juana de Arco, Palabra, 1995.


http://www.leedor.com
http://www.lanacion.com.ar/

8 dic 2014

Elizabeth I de Inglaterra (Parte 4)

Pretendientes
La joven Elizabeth era hermosa, inteligente y encantadora. Era cortejada por pretendientes que la consideraban la dama más elegible de Europa. En enero de 1559, el embajador español informó a la reina acerca de las esperanzas del rey Felipe II, a lo que Elizabeth respondió con típicas evasivas. Por otro lado, ella proclamaba su decisión de seguir siendo una reina virgen, mientras que también alegaba en contra de casarse con el esposo de su medio hermana. Ella se comprometió a presentar el asunto ante el Parlamento, asegurando a Felipe que si tomaba la decisión de casarse, ella lo preferiría por encima de todos los demás. Elizabeth era una política consumada y se dio cuenta de que no sería prudente rechazar a uno de los hombres más poderosos de Europa con prisas poco favorecedoras.

Felipe II

Felipe no fue el único pretendiente alentado por Elizabeth aquel invierno. En febrero, un embajador de la corte del sacro emperador romano, Fernando I, llegó a Inglaterra. Su propósito era informarse acerca de las perspectivas de matrimonio para los dos hijos del emperador, los archiduques Fernando y Carlos. Elizabeth desestimó al excesivamente piadoso Fernando como "sirve sólo para orar", pero expresó su interés por Carlos, insistiendo, sin embargo, en verlo con sus propios ojos. La reina le pregunto al embajador si la cabeza de Carlos era demasiado grande para su cuerpo, mientras que el embajador se negó a aceptar una visita humillante "de prueba". 

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Eric de Suecia

En abril, el príncipe Eric de Suecia se unió a las filas de pretendientes de la reina. Él había perseguido a Elizabeth durante el reinado de Marìa y ahora había redoblado sus esfuerzos, bañando a la reina con regalos de pieles, tapices y cartas apasionadas. Elizabeth quedó prendada de los retratos del príncipe, pero ella rechazó su propuesta, pues tendría que vivir en Suecia como esposa. Dentro de una corte llena de embajadores extranjeros, algunos ingleses esperanzados hicieron un intento de cortejo con la reina. Elizabeth nunca tuvo interés romántico en alguno, sin embargo, disfrutaba las atenciones de sus pretendientes. En realidad, sólo había un noble inglés que podría reclamar el corazón de Elizabeth, y su nombre era Robert Dudley.


Robin y Bess


Elizabeth había conocido a su "dulce Robin" (como ella lo llamaba) desde que tenía 8 años de edad y lo consideraba como a uno de sus más viejos y queridos amigos. Se había criado en la corte y fue una elección natural para el selecto grupo de los niños de la aristocracia que compartieron sus lecciones con Elizabeth y Edward. Como hijo del poderoso duque de Northumberland, pertenecía a una de las familias principales de Inglaterra, pero la realidad era que los Dudley habían tenido una historia accidentada, con dos ejecutados por traición en dos generaciones (Edmund Dudley y John Dudley). El propio Robert Dudley ha sido condenado a muerte, pero fue indultado con la ayuda del rey Felipe de España. Elizabeth solía burlarse de su amigo, quien provenía de una familia de traidores. En el joven Robert Dudley, Elizabeth encontró un compañero de espíritu. Inteligente, encantador, guapo, un excelente jinete y deportista. Una de sus primeras decisiones como reina fue elegir a Dudley como jefe de la caballería, un posición que involucró la coordinación de eventos reales y cabalgar a su lado en las procesiones. Pero Dudley no solo se dejaba ver a un lado de la reina en los los eventos públicos. Dentro de la corte tenia más acceso a Elizabeth que cualquiera de sus concejales y los rumores sobre la relación íntima eran comunes.

Robert Dudley


Entre sus compañeros, Dudley fue mirado con gran desconfianza y William Cecil fue especialmente temeroso de su influencia sobre la reina. Sin embargo, había un obstáculo importante en el camino de la relación de Dudley con Elizabeth. Estaba casado con una dama llamada Amy Robsart. Aunque su esposa tuviera "una enfermedad en uno de sus pechos", su existencia, viviendo tranquilamente en el país, impidió que el romance real progresara. 


El caso de Amy Robsart

Robert Dudley y su esposa, Amy

En 1560, sin embargo, la situación de Dudley cambió cuando su esposa fue descubierta sin vida en la base de una escalera de Cumnor Place. Murió un domingo, que era día de la feria en Abingdon. Se dice que Amy dio permiso a todos sus servidores para visitar la feria, que incluso se enfadó con algunos que querían permanecer en la casa. 

En el momento de la tragedia, su esposo estaba en la corte con la reina, y de inmediato envió a Sir Thomas Blount para que investigara. Dudley se apresuró a investigar sobre la muerte de su esposa. Se emitió un veredicto de muerte accidental. 

El cuerpo de Amy fue transportado a Oxford y se le dio un entierro suntuoso en St. MarySu marido no asistió, ya que era la costumbre de la época. La corte era un hervidero de rumores acerca de que Amy había sido eliminada por su marido para allanar el camino para sus ambiciones. Robert Dudley no era tan ingenuo como para pensar en orquestar la muerte de su esposa y poder casarse con la reina. Era lo suficientemente experimentado como para saber que cualquier escándalo en torno a él arruinaría sus planes de matrimonio con Elizabeth. Ahora menos que nunca la reina no podía contemplar la posibilidad de casarse con su amigo de la infancia. De haberlo hecho, la gente habría creído los rumores que señalaban a Dudley como asesino, e incluso que Elizabeth había tomado parte en el plan.  


También se toma en cuenta la teoría de que la pobre Amy se hubiese suicidado. Esta puede ser una teoría mas creíble, pues según los informes, la esposa de Dudley sufría de depresión. El solo hecho de que echara de la casa a toda la servidumbre es bastante sospechoso. Tal vez quisiera lograr darse muerte sin el riesgo de que algún criado entorpeciera su intento de suicidio. 


La reina contrae viruela
El 10 de octubre de 1562, a los veintinueve años, Elizabeth fue conducida a Hampton Court, víctima de una fiebre violenta. Pronto se dieron cuenta de que la reina tenía viruela. Se creía que moriría en ese ataque de viruela. Afortunadamente, la reina se recuperó, pero su rostro quedo marcado por cicatrices. De haber muerto, la sucesión hubiera sido una cuestión terrible, ya que la soberana no tenía hijos. La heredera más probable era María de Escocia, una mujer católica a quien los ingleses protestantes miraban con recelo.

La práctica de Elizabeth de enyesar su rostro con maquillaje se remonta a su temprana edad media. La viruela le había dejado con las mejillas llenas de cicatrices de forma permanente y -se informó- en parte calva. Después de su recuperación, ella adoptó una nueva forma de presentarse ante el mundo. En lugar del estilo natural de sus veinte años, ella ahora llevaba mucho maquillaje y una serie de elaboradas pelucas y postizos.



El atuendo de la reina



Guardarropa
La reina Isabel es famosa por su magnífico guardarropa. Se dice que ella poseía 3.000 vestidos, aunque muchos de ellos eran regalos que nunca fueron usados. A medida que envejecía, sus trajes se hicieron cada vez más espectaculares. Sus collares y gorgueras almidonadas crecieron, e incluso en la vejez, disfrutó con vestidos muy escotados. Los vestidos de Isabel fueron hechos con los materiales más finos (seda, terciopelo, tafetán, o de tela de oro) y eran cubiertos con piedras preciosas, perlas y bordados de oro y plata. 
 Steven van der Meulen, 1563

Hilliard, 1599. Puede notarse la diferencia entre el estilo que utilizaba en 1563 con el de este retrato, ya en su vejez. 



Debajo de sus prendas, ella llevaba una camisa de lino fino para proteger sus vestidos (que nunca podrían ser lavados) de la transpiración. La reina también era atada con un corsé de hueso de ballena, y llevaba una enagua rígida conocida como miriñaque, haciendo que caminar y sentarse fuera desafío. Las medias de Isabel eran de seda (la mayor parte de sus súbditos tenían medias de lana) y su zapatero real le hacía un nuevo par de zapatos cada semana. Un francés reportó sobre "una cadena de rubíes y perlas alrededor de su cuello" y sus brazaletes de perlas, "seis o siete filas de ellos". Ella exigía estilo a sus cortesanos, pero éstos no podían eclipsar a la reina. 

Maquillaje
Las damas isabelinas comúnmente se aplicaban un "blanqueamiento" de loción para la cara y los pechos. Este compuesto se hace a menudo de albayalde, una mezcla de vinagre y el plomo blanco, que tuvo el indeseable efecto secundario de la intoxicación. Otras lociones que blanquean se hicieron a partir de cáscara de huevo en polvo, semillas de amapola y bórax. Los labios y las mejillas enrojecidas usando colorantes naturales como la rubia, la cochinilla y el ocre, pero bermellón (sulfuro de mercurio) era la opción más popular para las damas de la corte. Las mujeres insertaban gotas de belladona en los ojos para hacerlos brillantes y esbozaban sus párpados con antimonio en polvo.



Las cejas fueron arrancadas para formar un arco alto y también se arrancaban el pelo para crear una frente alta. Las pelucas y postizos eran rizados y conformados en estilos elaborados y adornados con perlas y otras joyas. Las pelucas fueron hechas de cabello humano, y las chicas eran advertidas sobre cubrir su cabello al caminar por la ciudad en la noche.



Fuente:
Bingham, Jane, "The Tudors: The Kings and Queens of England´s Golden Age", Metro Books, New York, 2012.