1 nov 2014

Isabel de Aragón, reina de Portugal


Anónimo, Convento de las Huelgas Reales de Burgos

Nacimiento e infancia

La primera hija de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón nació el 2 de octubre de 1470, en Dueñas. El embarazo había transcurrido con normalidad, a pesar de los constantes viajes de la madre. El parto, algo largo debido a su condición de primeriza, finaliza con éxito. Fue atendida por su médico de cabecera y catedrático de Salamanca, el doctor Juan Rodríguez de Toledo. Hernando del Pulgar menciona sobre Isabel de Castilla: "Guardaba tanto la continencia del rostro, que, aun con los dolores del parto, encubría su sentimiento, e forzábase a no mostrar ni decir la pena que en aquellas horas sienten o muestran las mujeres" (Cruz y Hermida, 2004). La princesa aceptó parir ante testigos, pero cubrió su rostro con un velo,  con el fin de ocultar sus gestos de dolor.

La princesa Isabel anunció el nacimiento de su hija al concejo de Murcia: "sabed que por la graçia de Dios Nuestro Señor yo soy alunbrada de una fija ynfante, e por su ynmensa bondat quedé bien dispuesta de mi salud" (Ávila Seoane, 2015)El bautizo tuvo lugar, probablemente, en la iglesia parroquial de Santa María de Dueñas, cercana al palacio de los Acuña, donde los príncipes habían establecido su corte. Dadas las circunstancias políticas, no hay registro de grandes festejos, solamente un pregón el 10 de octubre, en Valencia.
 
Virgen de los Reyes Católicos

Eran tiempos turbulentos, debido al conflicto por la sucesión de Enrique IV de Castilla. La disputa por el trono entre Isabel y Juana, apodada la Beltraneja, desencadenó una guerra de sucesión (1475-1479). Esta culminaría con el tratado de Alcáçovas, del cual hablaremos más adelante, pues resultaría decisivo en el destino de Isabel de Aragón. 


A los seis años, la seguridad de Isabel estuvo en peligro debido a una revuelta en Segovia. La princesa estaba bajo el cuidado de Andrés Cabrera, quien abusó de su poder y sustituyó al alcaide por su suegro, provocando descontento en la ciudad. Al enterarse de la revuelta, Isabel viajó de inmediato desde Tordesillas a Segovia. A partir de ese suceso, la infanta acompañaría a su madre en todo momento.

Isabel recibió una educación distinta a la de sus hermanas. Era la mayor y fue hija única por ocho años. En 1475, Fernando realizó su primer testamento, en el que nombró a Isabel legítima heredera de Aragón y Sicilia, a pesar de que las leyes de dichos reinos no lo permitían. También le encomienda a su padre, Juan II de Aragón, que haga todo lo posible para derogar esas leyes. Al siguiente año, fue declarada heredera de Castilla y León. 

La infanta Isabel comenzó su educación a los seis años, bajo la instrucción de fray Pedro de Ampudia, quien recibió varios pagos como maestro de la ynfante doña Ysabel o de la prinçesa de Portogal. Su salario entre 1486 y 1492 era de 50.000 maravedís anuales, y de 60.000 entre 1493 y 1498. En mayo de 1499, ya muerta su discípula, recibe un último monto de 20.000 maravedís (Ávila Seoane, 2017). 

La reina Isabel la Católica, presidiendo la educación de sus hijos, Isidoro Lozano

Es muy probable que aprendiera el portugués en la corte de su madre, o al menos tuviera nociones del idioma. Durante las tercerías de Moura, que duraron tres años, convivió con Beatriz de Aveiro y Alfonso de Portugal; en este periodo pudo haber perfeccionado el manejo del idioma. El dominio del latín era muy apreciado en esa época. El humanista Juan Luis Vives, en su obra dedicada a Catalina de Aragón, De Institutione Feminae Christianae, menciona que las cuatro hijas de Isabel I dominaban el latín. Además de tener "buenas letras", sabían coser y bordar.

El 30 de junio de 1478 nace el príncipe Juan. Es un acontecimiento de gran importancia para Castilla y Aragón. Isabel es desplazada al segundo lugar en la línea de sucesión. No obstante, esto no restó importancia a la infanta primogénita, pues seguía estando muy cerca del trono. 


Tratado de Alcáçovas

Las entrevistas entre la reina Isabel y su tía Beatriz de Aveiro fueron la base para las negociaciones que pondrían fin al conflicto con Portugal. Tuvieron lugar en el castillo de Alcántara entre el 20 y el 22 de marzo de 1479. Se discutieron cuatro temas: 
  • Los derechos y el destino de Juana la Beltraneja.
  • Recuperación de las relaciones entre Castilla y Portugal.
  • Perdón a los partidarios castellanos de Alfonso V. 
  • Regulación de las navegaciones por la costa africana.
El Tratado de Alcáçovas era en realidad un conjunto de cuatro tratados en virtud de los cuales no solamente se ponía fin a la guerra, sino que se procedía a un pleno restablecimiento de las relaciones entre ambos reinos. Fue firmado el 4 de septiembre de 1479 en Alcáçovas y el 27 de ese mismo mes, en Trujillo. Fue confirmado por Isabel y Fernando el 6 de marzo de 1480 en Toledo. Nos centraremos en el tercer tratado, que es el que involucra a la infanta Isabel.

En dicho tratado se regulaba el matrimonio de Isabel con Alfonso de Portugal. La novia aportaría una cuantiosa dote de más de cien mil doblas, que podría considerarse una indemnización de guerra. Los novios entrarían en tercería, bajo la custodia de los Braganza, hasta la celebración del matrimonio.

Beatriz de Aveiro o Braganza

El 11 de enero de 1481, Isabel y Alfonso entraron en tercería en Moura. La reina Isabel se mostró reticente al compromiso, ya que la infanta estaba comprometida con el príncipe Capua, nieto de Ferrante I de Nápoles. Además no le agradaba la idea de separarse de su hija. La tercería implicaba una especie de cautiverio como garantía de un acuerdo. Tanto el príncipe como la infanta vivirían en el castillo de Moura, en una localidad cercana a la frontera castellana, bajo la custodia de Beatriz. El ambiente portugués no era del todo desconocido para Isabel. Su propia abuela materna era infanta de Portugal y en la corte de su madre había damas lusas.

Juan II de Portugal

Las circunstancias cambiaron tras la muerte de Alfonso V en 1481. El príncipe Juan ascendió al trono como Juan II de Portugal. La casa de Braganza, su principal enemiga, tenía como rehenes a su heredero y a la hija de los Reyes Católicos. El rey Juan exigió libre acceso a las fortalezas donde residían los niños. Sin embargo, de ser así, la infanta Isabel correría el riesgo de convertirse en prisionera del reino portugués. Ante los vaivenes de la política portuguesa, Isabel y Fernando estaban decididos a sustituir las tercerías por otras formas de seguridad. El 28 de abril de 1483, se otorgaron poderes a Hernando de Talavera para dar fin a las tercerías. El 15 de mayo se firmaron dos nuevos tratados, complementarios a los de Alcaçobas. Uno de ellos devolvía la custodia de los infantes a sus respectivos padres. Ese mismo año, Isabel regresó a la corte.

Siete años en Castilla
La infanta Isabel había estado separada de sus padres por casi tres años; era una niña cuando dejó Castilla y ahora regresaba siendo una adolescente. La infanta sería testigo de la caída del último reino musulmán de la Península, pues generalmente acompañaba a sus padres en las campañas. Isabel se unió a su madre en los viajes por el reino, aprendiendo sobre asuntos gubernamentales y alentando a los ejércitos en la lucha contra los moros. 

La Virgen de la Misericordia con los Reyes Católicos y su familia, Diego de la Cruz

En 1486, tras la conquista de Loja, la infanta formó parte de la procesión de entrada triunfal en la ciudad. En los días siguientes, pudieron ver el 
asedio y la captura de Moclín. En 1487 tuvo lugar la conquista de Málaga y en 1489 el asedio de Baza. 

Junto con sus padres y su hermano, Isabel desempeñó un papel destacado en la corte. Por ejemplo, en marzo de 1489, recibieron a una embajada inglesa en Medina del Campo. La lujosa vestimenta de la familia real impresionó a los ingleses. La infanta era un partido interesante, debido a su belleza, educación y, aún más atractivo, su posición en la sucesión a los tronos de Castilla y Aragón.

Primer matrimonio, princesa de Portugal
El 21 de julio de 1487, el compromiso entre la infanta Isabel y el príncipe de Capua fue anulado por el papa Inocencio VIII. Al siguiente mes, se otorgó una bula que permitía a los dos hijos mayores de Isabel y Fernando contraer matrimonio con parientes en segundo grado. Con esto, los reyes evitarían retrasos en las negociaciones matrimoniales. En la primavera de 1488, los Reyes Católicos enviaron a Portugal a Sancho Machuca para reactivar el compromiso matrimonial. La dote de la infanta quedó establecida en 106.666 doblas de oro y 2/3 de dobla (pagaderas en tres plazos), y recibiría en Portugal las rentas de Torres Vedras, Torres Novas y Alvaiazar. 

El 18 de abril de 1490 se celebró en Sevilla el matrimonio por palabras de presente. La reina regaló a su hija quinientos marcos de oro y mil de plata, además de perlas, joyas, paños y ropa blanca. El 6 mayo, el rey Fernando escribió a su yerno: "aunque vos deseáis mucho ver a vuestra esposa, no falta acá quien os desea ver". Al día siguiente, la princesa escribió una misiva al rey de Portugal, su suegro (Martínez, 2016):

Beso las manos a Vuestra Alteza por el plazer que ha mostrado, y suplico a Vuestra Señoría, por que mejor le pueda servir, me mande en qué le sirva, pues en esto recibiré y muy [sic] gran merced por poder mostrar el deseo que a ello tengo. Y en la obra virá Vuestra Alteza quán grande es.
De Sevilla a VII de mayo.
Servidora e hija de Vuestra Alteza. 
La princesa. 

Isabel llegó a Badajoz el 19 de noviembre, donde se preparó para cruzar la frontera. La esperaba Manuel, duque de Beja, en representación del príncipe Alfonso. Esa noche, la princesa durmió en el Monasterio de São Domingos de Elvas. Al día siguiente, partió a Estremoz, donde descansaría antes de continuar el viaje a Évora. Pero Alfonso y su padre no quisieron esperar y fueron a su encuentro. La princesa asistió a misa de velaciones en el monasterio de Nuestra Señora del Espinheiro, donde Isabel y Alfonso consumaron su matrimonio, con gran escándalo de los frailes cuando lo supieron. El 27 de noviembre, los príncipes realizaron su entrada en Évora. 

La llegada de la princesa Isabel y las celebraciones por su boda con Alfonso quedaron en la memoria del reino. La futura reina de Portugal se presentó vestida con gran riqueza y elegancia; era una mujer de veinte años, hermosa, de ojos claros y cabello rubio. Parecida a su madre, tanto en apariencia como personalidad. Después de una solemne procesión y oración en la Catedral, Isabel fue recibida por el príncipe y la reina. Las festividades en Évora duraron hasta Navidad, con ferias, corridas de toros y banquetes. En la corte lusa predominaba un clima de felicidad y armonía, algo que se veía reflejado en las relaciones con Castilla y Aragón. Sin embargo, esos días felices estaban por terminar.

Princesa viuda de Portugal
El 13 de julio de 1491, la corte se encontraba en Santarém. Cerca del río Tajo, Alfonso cayó de su caballo. El castellano Andrés Bernáldez narra:
En este mismo mes de Julio, no pude saber si fué el propio dia, ántes ó despues siete ú ocho dias, acaeció la gran desdicha y desastrada muerte del Príncipe de Portugal, yerno del Rey é de la Reina, marido de la Infanta Doña Isabel, que corriendo á la par con un escudero, que iba en otro caballo, cayó de él, é murió luego súpito. Esto acaeció en la villa de Santaren; é aun ántes que el cerco se alzase, vino la Infanta cubierta de luto á sus padres á Illora , é estuvo ende , donde el Rey é la Reina la fueron á visitar, é haber con ella parte de su dolor é desventura (Bernáldez, 1870).
El desafortunado príncipe murió a la edad de dieciséis años, el 13 de julio de 1491. Las ceremonias fúnebres se realizaron a finales de agosto en el monasterio de Batalha. El rey Juan consideró inconveniente que la desconsolada viuda asistiera a los funerales, por lo que no demoró en enviarla de vuelta a Castilla. 

Las buenas relaciones entre Castilla y Portugal se mantuvieron. Juan II mantuvo a Isabel como señora de las villas que recibió al casarse (Torres Vedras, Torres Novas y Alvaiazar) y los Reyes Católicos siguieron pagando los plazos de la dote. Además de la tragedia personal, la muerte de Alfonso trajo complicaciones a la sucesión portuguesa. Con él se extinguió la descendencia legítima de Juan II y la reina Leonor. Ahora la sucesión recaía en Manuel, duque de Viseu y hermano de la reina. Tras la muerte de Alfonso, el rey Juan intentó legitimar a su hijo bastardo, Jorge de Lencastre. Leonor, en cambio, defendió los derechos de su hermano menor. 

imagen de RTVE.es

Fernando e Isabel abandonaron temporalmente el asedio de Granada para consolar a su hija, quien regresó a Castilla justo a tiempo para ser testigo de grandes acontecimientos en la historia de España. En 1492, sus padres resultaron victoriosos en la guerra con Granada. Ese mismo año, el Papa Alejandro VI les otorgó el título de Reyes Católicos tras la expulsión de los judíos. Al siguiente año, los Reyes recibieron en Barcelona a Cristóbal Colón, quien regresaba de su primer viaje a América (aunque él pensó que había llegado a las Indias).


La princesa viuda cambió las telas costosas por la gruesa arpillera. Cortó sus cabellos rubios y cubrió su rostro con un velo. Adoptó un estilo de vida austero y dedicado a la caridad; rechazaba unirse a cualquier otro hombre. Sin embargo, la princesa Isabel todavía era joven y valiosa en el mercado matrimonial. Como infanta de Castilla y Aragón, su lugar estaba junto a algún rey o príncipe cristiano que sus padres considerasen conveniente, no en el convento. 


Segundo matrimonio, reina de Portugal
En octubre de 1495, muere Juan II de Portugal y lo sucede su cuñado, Manuel, a quien llaman el Afortunado. A sus veintiséis años, el nuevo rey sigue soltero. Los Reyes Católicos, buscando fortalecer la alianza con Portugal, ofrecen a la infanta María como esposa. Manuel I estaba en disposición de mantener la alianza, pero, en apego a los tratados de Alcáçovas, su intención no era desposar a la infanta de trece años, sino a la primogénita de Isabel y Fernando. 

Fue una elección bastante razonable por parte del rey luso (a pesar de la leyenda romántica que sugiere que Manuel se enamoró de ella desde su encuentro en la frontera, en vísperas de la boda con Alfonso). Isabel era una opción más atractiva debido a su posición en la línea de sucesión. Por otro lado, ella ya era princesa de Portugal, donde era muy querida. Y, no menos importante, al ser una mujer de veinticinco años, no demoraría en aportar descendencia al nuevo rey.

Manuel I de Portugal

De acuerdo con una carta de Pedro Mártir de Anglería al Arzobispo de Braga al Arzobispo de Braga, datada el 5 de diciembre de 1496 (
Sanz y Hermida, 2004): 
Isabel, la primogénita de los Reyes, viuda de vuestro príncipe portugués, que exhaló su juvenil alma a consecuencia de una caída de caballo mientras corría en el estadio, ha rechazado hasta hoy día el unirse a otro cualquier hombre. Sus padres tratan de persuadirla, le ruegan y suplican que procree y les dé los debidos nietos. Ha sido sorprendente la entereza de esta mujer en rechazar las segundas nupcias. Tanta es su modestia, tanta su castidad de viuda, que no ha vuelto a comer en mesa después de la muerte del marido, ni ha gustado ningún manjar exquisito. Tanto se ha mortificado con los ayunos y vigilias, que se ha venido a quedar más flaca que un tronco seco. Ruborizada, se pone nerviosa siempre que se provoca la conversación sobre el matrimonio. No obstante, según olfateamos, puede ser que algún día se ablande a los ruegos de los padres. Va tomando cuerpo la fama de que será la futura esposa de vuestro rey Manuel. De este modo vosotros estaréis a seguro de cualquier contingencia violenta del exterior, y mis reyes tendrán suma complacencia en casar a la hija que tan extraordinariamente quieren con un buen rey, con un hombre amable y excepcionalmente apacible y, además, pariente por otra parte. 
Seguramente la fecha de esta misiva posee algún error, pues el 30 de noviembre de 1496 se determinaron las capitulaciones para el matrimonio. Cabe especular que la princesa Isabel cedió al matrimonio, obedeciendo a motivos religiosos más que a las razones de Estado (tomando en cuenta la intervención de Cisneros). Las capitulaciones venían acompañadas por una carta de juramento de la propia infanta.
E nos doña Ysabel, por la graçia de Dios rreyna de Portugal y de los Algarbes, de aquende y de allende mar en África e señora de Guinea, prometemos en nuestra buena fe e palabra real, e juramos a Nuestro Señor Jhesuchristo y al señal de la cruz y a los santos quatro Evangelios, con nuestras manos corporalmente tocados, que, siendo salidos de todos los rreynos e señoríos del dicho rrey mi señor todos los que fueron condemnados aquá (sic: aquí) por hereges questán en los dichos sus rreynos e señoríos, y scriviéndome el dicho rrey mi señor e jurándome con carta suya que son salidos y que si algunos quedaren se essecutará en ellos la pena que como hereges merecen, e cumpliendo el dicho rrey mi señor las otras cosas contenidas en esta dicha presente scritura que a él tocan de cumplir, nos assimismo cumpliremos todas las cosas contenidas en esta dicha scritura, conviene a saber: aquellas que a nos tocan de cumplir e cada una dellas que a nos pertenezca, a buena fe e sin mal engaño, sin arte e sin cautela alguna. (Ávila Seoane, 2015)
La ceremonia tuvo lugar el 30 de septiembre de 1497 en Valencia de Alcántara. Fue un año prometedor para los Reyes Católicos; Isabel casada con el rey de Portugal y Juan con Margarita de Austria, quien ya esperaba un hijo. Sin embargo, toda alegría y festividad se esfumó el 4 de octubre, en Salamanca, con la muerte del príncipe Juan.

Princesa heredera
Todas las celebraciones previstas para recibir a la nueva reina de Portugal fueron canceladas ante la muerte del príncipe de Asturias y Gerona. Poco tiempo después, Margarita de Austria dio a luz una niña que no sobrevivió. Mientras tanto, llegaron noticias desconcertantes de que Felipe de Austria, hermano de Margarita y esposo de la infanta Juana, se había proclamado príncipe de Asturias.

María Cantuel como Isabel de Aragón, imagen de RTVE.es

En enero de 1498, los Reyes animaron a Manuel e Isabel a que acudieran a Castilla para ser jurados. El rey portugués se enfrentó a algunas resistencias, pues se temía que su investidura como heredero implicará una especie de sumisión a Castilla. Antes de partir, Manuel convocó Cortes en Lisboa, que se cerraron con éxito el 14 de marzo. Su hermana Leonor quedaría como regente. Fueron recibidos en Castilla por el duque de Medina Sidonia. Los reyes de Portugal llegaron a Toledo el 29 de abril, donde ya estaban reunidas las Cortes. Ese mismo día, en la Catedral, juraron a la nueva heredera: juran a la dicha muy alta e muy poderosa señora doña Ysabel, reyna de Portogal, hija primogénita de los dichos rey don Fernando e reyna doña Ysabel, nuestros señores, por prinçesa e primogénita heredera e legítima subçesora destos reynos de Castilla e de León e de Granada en defeto de varón hijo de los dichos rey e reyna nuestros señores, e para después de los días e fin de la dicha reyna nuestra señora, por señora e propietaria destos dichos reynos, e al muy alto e muy poderoso señor don Manuel, rey de Portogal, como a su legítimo marido por prínçipe e por rey para después de la dicha reyna nuestra señora, su madre” (Olmos, 2013). 

La cuestión de la sucesión aragonesa era más complicada, pues en dicho reino las mujeres no podían reinar. El 14 de junio de 1498, Fernando convocó Cortes en Zaragoza. Sobre este problema, Pedro Mártir de Anglería se dirige al arzobispo de Braga, fechada en el 22 de junio de 1498:
“En días anteriores te escribí que tu Rey Manuel había sido llamado por sus suegros, juntamente con su esposa, para que viniera a tomar posesión de la primogenitura de tantos reinos. Los recibimos en Toledo y, después de pasar allí un mes no completo, nos encaminamos hacia Aragón con el fin de que los Reyes conozcan los reinos que heredarán por derecho paterno. Se convocan las Cortes y las Juntas. Celebrarán sus reuniones, pero recelamos que surjan algunos inconvenientes. Estos tarraconenses, lo mismo que los aragoneses, los valencianos y los catalanes, son gente terca. Con pies y manos pelean porque no sufran menoscabo sus derechos. Conforme a la vetusta constitución de su patria y a sus tradicionales leyes, guardan severamente lo estatuido de que ninguna Reina empuñe entre ellos el cetro. Quieren que, en defecto de legítima prole masculina, sea proclamado Rey el varón más próximo al Rey que muere, de quienquiera que sea hijo. No obstante, alimentamos una débil esperanza: Manuel ha traído encinta a su esposa Isabel. Si ésta llega a alumbrar un varón, yo te prometo que se acabarán todas las discusiones sobre esta materia, pues no habrá nadie más próximo al Rey - supuesto que no tiene hijos - que el nieto por parte de la hija. Ahora bien; si da a luz una niña, los tendremos a ellos por herederos de los reinos, aunque sea difícil que se inclinen a este criterio” (Olmos, 2013). 
La defensa jurídica de la princesa fue encomendada a Gonzalo García de Santa María. Fernando hizo todo lo posible para que su hija fuese reconocida como heredera de Aragón. Las Cortes de este reino se aferraron al hecho de que Isabel estaba embarazada.

Muerte
Mientras se desarrollaban las discusiones en torno a la sucesión aragonesa, la joven reina se preparaba para su parto. Junceda Avello menciona que Isabel siempre tuvo el presentimiento de que moriría de parto, pues antes de dar a luz se confesó y recibió los sacramentos. Sin embargo, estas precauciones no son extrañas, considerando la alta probabilidad de morir en el parto en esa época.

En la mañana del 23 de agosto de 1498, en el palacio arzobispal de Zaragoza, nació un niño al que llamaron Miguel. La alegría del abuelo fue tan grande que salió inmediatamente a anunciar el nacimiento de un varón. El problema de la sucesión aragonesa estaba resuelto. Mientras la gente festejaba en las calles y las campanas sonaban, la reina parturienta se debilitaba. Fue un parto difícil y la joven no tenía una contextura fuerte como su madre. Recordemos que Pedro Mártir de Anglería la describió como "más flaca que un tronco seco". 

Fernando intentó reanimar a su hija en sus últimos momentos de vida; la tomó en sus brazos y le recordó la muerte y pasión de Cristo. El parto le había provocado una fuerte hemorragia. Isabel murió en los brazos de su padre. La reina Isabel, al ver morir a su primogénita, cayó de inmediato al suelo. La desconsolada madre fue llevada a otra cámara. Fue el padre quien recostó el cuerpo de la joven Isabel sobre almohadas de terciopelo, vestida con un hábito negro aterciopelado y un fino velo sobre el rostro. Después de esto, lloró por su hija. 

Manuel regresó a Portugal en septiembre. El recién nacido, Miguel de la Paz, se quedó al cuidado de sus abuelos maternos. Lamentablemente, el heredero de tres reinos murió antes de cumplir los dos años.

Convento de Santa Isabel de los Reyes

Isabel fue enterrada en una tumba poco profunda, a las afueras de la ciudad, en un monasterio de los Jerónimos. Más tarde fue trasladada al Monasterio de Santa Isabel de los Reyes, en Toledo, de acuerdo con su última voluntad. Quiso que la enterraran con el hábito de clarisa, bajo una sencilla losa de mármol. Así descansa la hija mayor de los Reyes Católicos.




Fuentes:
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Olmos, Francisco (2013), "Las bodas del príncipe Don Juan y la infanta Doña Isabel. Cuestión de estado y problema internacional (1475-1497)" en Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía [en línea], tomo XVI, pág. 41-86, disponible en https://www.ramhg.es/images/stories/pdf/anales/16_2013/07_de_francisco.pdf [09/04/20]

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Serrano, J.B. (2018) "As Avis: As Grandes Rainhas que partilharam o trono de Portugal na segunda dinastia" [en línea] Esfera dos Livros, Portugal, disponible en https://docero.com.br/doc/e8x1s5 [10/04/20]

Del Val Valdivieso, M.I, 2006, "Isabel la Católica y la educación", [en línea], Aragón en la Edad Media, n° 19, págs. 555-562, disponible en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2245431 [08/04/20]

Juan de Aragón, príncipe de Asturias y Gerona



Juan de Aragón y Castilla fue el segundo hijo de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. También único varón en una familia de cuatro hermanas. La primera hija de Isabel y Fernando nació en 1470. Transcurrieron ocho antes de que la reina pudiera engendrar un hijo varón. El 30 de junio de 1478, Isabel dio a luz en Sevilla a un niño al que llamaron Juan. Incluso el propio rey Fernando, que se encontraba sitiando la fortaleza de Castronuño, abandonó su labor militar para conocer a su heredero. 



El cuidado de la reina durante el parto corrió a cargo de una mujer llamada la Herrera, una conocida partera sevillana de la época; por otra parte, doña María de Guzmán, tía de Luis de Guzmán, señor de la Algaba, fue nombrada nodriza del príncipe, y se encargó de su salud en los delicados días después del nacimiento. Poco tiempo después, la ciudad sevillana se preparó para celebrar las acostumbradas "fiestas e alegrías", como se recogen en la crónicas de la época, con ocasión del bautizo, celebrado con toda la pomposidad posible el 9 de julio de 1478. 



Educación y Casa del príncipe Juan

Los Reyes Católicos dispusieron para su hijo una educación completa, humanista y versada tanto en las letras como en las armas. Fray Diego de Deza se encargaría de su educación. El príncipe debió haber adquirido destreza con la espada y la montura del caballo. Sin embargo, Juan estaba más inclinado al estudio y a la música. En esto último fue instruido por Juan de Anchieta, maestro principal de su capilla. El príncipe era sumamente amado por su madre, quien lo llamaba "mi ángel". 



Los soberanos dispusieron para su hijo el manejo de una casa, es decir, una nómina de criados y consejeros. La corte del príncipe fue establecida en el palacio de los Mendoza de Almazán. Además de Diego de Deza, preceptor del príncipe, la disposición de su casa quedó conformada en torno a diez consejeros, de los cuales cinco eran caballeros ancianos, de prestigio y solvencia en la época (Sancho de Castilla, Nicolás de Ovando, Pero Núñez de Guzmán, Juan de Calatayud y Juan Velázquez), y cinco mancebos, de similar edad a don Juan: Sancho y Diego de Castilla (hijos de Sancho de Castilla, antes citado) Hernán Gómez de Ávila, Luis de Torres, (hijo del condestable Iranzo y doña Teresa de Torres) y Hernán Arias. Además de estos consejeros, el príncipe también contó con la presencia de pajes, la mayoría de ellos también hijos de la nobleza. El abuelo del Juan, el rey Juan II de Aragón, tenía especial interés por el niño. Él quería que el heredero de Isabel y Fernando se educara en Aragón. 


La boda del príncipe
La privilegiada situación de Juan de Aragón acarreaba sumo cuidado a la hora de escogerle una esposa. Él era príncipe de Asturias, heredero de Castilla, y príncipe de Gerona, heredero de Aragón. Su persona era muy importante para el reino, pues su ascenso a ambos tronos podría traer la unificación. 
En 1495, los Reyes Católicos forjaron una alianza con el emperador Maximiliano de Austria. Se estableció un matrimonio doble entre Juan de Aragón con Margarita de Austria y la infanta Juana con Felipe de Austria. El navío que llevaría a Juana hacia Flandes traería a Margarita a Castilla. 



La archiduquesa Margarita cumplía todos los requisitos imprescindibles para convertirse en la futura reina de Castilla: era casi de la misma edad que Juan, una exquisita formación académica y una belleza sin igual. Cabe destacar que Margarita había sido prometida, cuando aún era una niña, con el monarca francés Carlos VIII, y había residido en el país galo. Pero Carlos perdió interés en la hija de Maximiliano y la envió a su país para poder casarse con Ana de Bretaña. 
Finalmente, la boda se celebró a primeros de abril en Burgos, con toda la grandeza inherente a tal celebración.

La inesperada muerte
Después de las bodas, los recién casados partieron hacia la corte principesca de Almazán, donde pasaron la primavera. Poco más tarde, el matrimonio y su séquito se trasladaron a Medina del Campo para pasar el verano, donde el príncipe Juan enfermó de viruela, lo que obligó a guardar reposo a la comitiva hasta septiembre. Aprovechando una ligera mejoría en la salud del príncipe, la corte se trasladó hacia Salamanca, donde la ciudad les recibió con unas magníficas fiestas, celebradas en el palacio de Fray Diego de Deza. Sin embargo, a los pocos días, el príncipe Juan sufrió un ataque acompañado de violentas fiebres de las que nunca se recuperaría, y que fueron la causa de su fallecimiento el 4 de octubre de 1497, seis meses después de la boda con la archiduquesa Margarita. 

Actual monasterio de Santo Tomás

Fue sepultado en la capilla mayor de la catedral de Salamanca, aunque posteriormente los Reyes Católicos ordenaron el traslado del cadáver al convento de Santo Tomás; el luto oficial duró cuarenta días. 



Ya desde su pubertad, el príncipe Juan había dado muestras de tener una salud débil y enfermiza. Resfriados y fiebres parecidas a las que le causaron la muerte, le habían acompañado durante sus escasos diecinueve años. Sin embargo, a juzgar por algún testimonio contemporáneo, parece ser que hubo también otra razón para explicar la funesta debilidad que le condujo a la muerte: un exceso de actividad sexual motivado por los constantes y deseosos furores de su bella y joven esposa. 



Tumba de Juan de Aragón

La debilidad del príncipe, junto con los ardores sexuales propios de la juventud de los cónyuges, acabaron por quebrar su precaria salud. No en vano, el duque de Maura, erudito de la mitad del siglo XX, tituló su obra dedicada a la biografía de don Juan con estas esclarecedoras palabras: El príncipe que murió de amor.


Consecuencias de su muerte
El hondo trastorno causado en la península por el fallecimiento del heredero tiene en la literatura de la época una excelente muestra para calibrar su impacto, no sólo en el aspecto político sin también en el sentimiento popular. 

La Madonna con el Niño. A su izquierda están el rey Fernando con el infante Juan y al lado opuesto están la reina Isabel con la infanta Isabel. 

A pesar de todo, el género más marcado por la influencia del príncipe fue la literatura consolatoria destapada a raíz de su muerte, aunque decirlo pueda parecer una cruel frivolidad. Esta profusión de escritos fúnebres, tanto en castellano como en latín, tuvieron a varios destacados protagonistas entre los más selectos literatos de la época: Lucio Marineo Sículo, Juan de Velázquez, Pedro Mártir de Anglería, Diego Ramírez de Villaescusa, o el propio Alfonso Ortiz, autor del citado Espejo principesco de don Juan. 

La cuestión pudo haberse solucionado si la archiduquesa Margarita, embarazada por el príncipe en uno de sus fogosos encuentros, no hubiese perdido el fruto de su seno, quizá agobiada por el profundo pesar que causó la muerte de su marido. Incluso el aborto de Margarita era una niña. Ahora Isabel, la hermana mayor de Juan, ocuparía su lugar como princesa de Asturias. La falta de heredero varón significaba para los Reyes Católicos la extinción regia de la Casa de Trastámara.


Fuentes:
http://www.mcnbiografias.com/