13 dic 2014

Juana de Arco, la doncella de Orleans (parte 3)

El fracasado ataque de París 
Juana se lanzó audazmente al ataque de París, pero la empresa fracasó por la falta de los refuerzos que el rey había prometido enviar y por la ausencia del monarca. La santa recibió una herida en el muslo durante la batalla y, el duque de Alençon tuvo que retirarla casi a rastras. La tregua de invierno que siguió, la pasó Juana en la corte, donde los nobles la miraban con mal disimulado recelo. Cuando recomenzaron las hostilidades, Juana acudió a socorrer la plaza de Compiegne, que resistía a los borgoñones. El 23 de mayo de 1430, entró en la ciudad y ese mismo día organizó un ataque que no tuvo éxito. A causa del pánico, o debido a un error de cálculo del gobernador de la plaza, se levantó demasiado pronto el puente levadizo, y Juana, con algunos de sus hombres, quedaron en el foso a merced del enemigo. 

Captura
Los borgoñeses derribaron del caballo a la doncella entre una furiosa gritería y la llevaron al campamento de Juan de Luxemburgo, pues uno de sus soldados la había hecho prisionera. Desde entonces hasta bien entrado el otoño, la joven estuvo presa en manos del duque de Borgoña. Ni el rey ni los compañeros de la santa hicieron el menor esfuerzo por rescatarla, sino que la abandonaron a su suerte. Pero, si los franceses la olvidaban, los ingleses en cambio se interesaban por ella y la compraron, el 21 de noviembre, por una suma equivalente a 23,000 libras esterlinas, actualmente. Una vez en manos de los ingleses, Juana estaba perdida. Estos no podían condenarla a muerte por haberles derrotado, pero la acusaron de hechicería y de herejía. Como la brujería estaba entonces a la orden del día, la acusación no era extravagante. Además, es cierto que los ingleses y los borgoñeses habían atribuido sus derrotas a conjuros mágicos de la santa doncella.

Proceso
El jucio de Juana en Rouen

Los ingleses la condujeron, dos días antes de Navidad, al castillo de Rouen. Según se dice sin suficiente fundamento, la encerraron, primero, en una jaula de acero, porque había intentado huir dos veces; después la trasladaron a una celda, donde la encadenaron a un poyo de piedra y la vigilaban día y noche.

 El 21 de febrero de 1431, la santa compareció por primera vez ante un tribunal presidido por Pedro Cauchon, obispo de Beauvais, un hombre sin escrúpulos, que esperaba conseguir la sede arquiepiscopal de Rouen con la ayuda de los ingleses. El tribunal, cuidadosamente elegido por Cauchon, estaba compuesto de magistrados, doctores, clérigos y empleados ordinarios. En seis sesiones públicas y nueve sesiones privadas, el tribunal interrogó a la doncella acerca de sus visiones y "voces", de sus vestidos de hombre, de su fe y de sus disposiciones para someterse a la Iglesia. Sola y sin defensa, la santa hizo frente a sus jueces valerosamente y muchas veces los confundió con sus hábiles respuestas y su memoria exactísima. Una vez terminadas las sesiones, se presentó a los jueces y a la Universidad de París un resumen burdo e injusto de las declaraciones de la joven. En base a ello, los jueces determinaron que las revelaciones habían sido diabólicas y la Universidad la acusó en términos violentos.

En la deliberación final el tribunal declaró que, si no se retractaba, debía ser entregada como hereje al brazo secular. La santa se negó a retractarse a pesar de las amenazas de tortura. Pero, cuando se vio frente a una gran multitud en el cementerio de Saint-Ouen, perdió valor e hizo una vaga retractación. Digamos, sin embargo, que no se conservan los términos de su retractación y que se ha discutido mucho sobre el hecho. La joven fue conducida nuevamente a la prisión, pero ese respiro no duró mucho tiempo. 
Ya fuese por voluntad propia, ya por artimañas de los que deseaban su muerte, lo cierto es que Juana volvió a vestirse de hombre, contra la promesa que le habían arrancado sus enemigos. Cuando Cauchon y sus hombres fueron a interrogarla en su celda sobre lo que ellos consideraban como una infidelidad, Juana, que había recobrado todo su valor, declaró nuevamente que Dios la había enviado y que las voces procedían de Dios.

La muerte de una santa


Según se dice, al salir del castillo, Cauchon dijo al Conde de Warwick: "Tened buen ánimo, que pronto acabaremos con ella". El martes 29 de mayo de 1431, los jueces, después de oír el informe de Cauchon, resolvieron entregar a la santa al brazo secular como hereje renegada. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Santa Juana fue conducida a la plaza del mercado de Rouen para ser quemada en vida. Cuando los verdugos encendieron la hoguera, Juana pidió a un fraile dominico que mantuviese una cruz a la altura de sus ojos. Murió rezando. Invocaba al Arcángel San Miguel, al cual siempre le había tenido gran devoción e invocando el nombre de Jesús tres veces, murió. 

La santa no había cumplido todavía los veinte años. Sus cenizas fueron arrojadas al río Sena. Más de uno de los espectadores debió haber hecho eco al comentario amargo de Juan Tressart, uno de los secretarios del rey Enrique: "¡Estamos perdidos! ¡Hemos quemado a una santa!"
Veintitrés años después de la muerte de Santa Juana, su madre y dos de sus hermanos pidieron que se examinase nuevamente el caso, y el Papa Calixto III nombró a una comisión encargada de hacerlo. El 7 de julio de 1456, el veredicto de la comisión rehabilitó plenamente a la santa. Más de cuatro siglos y medio después, el 16 de mayo de 1920, Juana de Arco fue solemnemente canonizada por el Papa Benedicto XV.


Otros datos
•Juana de Arco fue relativamente popular en la Corona de Castilla durante las décadas posteriores a su muerte. Se dice que Isabel la Católica fue una gran admiradora suya y que su empeño por invadir el Reino de Granada, con el que Castilla había convivido más o menos en paz durante más de 200 años, fue un intento por emular a aquélla en su lucha contra los invasores ingleses de su país. 

•Hasta el siglo XV, la dama (llamada también reina o visir) fue una pieza de importancia menor en el juego del ajedrez con unos movimientos similares a los del rey. Ciertos autores han sugerido que los grandes cambios en la movilidad de esta ficha, que hoy es una de las principales del juego, fueron introducidos como homenaje a la que había sido dirigente del ejército francés. 



Bibliografia 
•Mark Twain, Juana de Arco, Palabra, 1995.


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8 dic 2014

Elizabeth I de Inglaterra (Parte 4)

Pretendientes
La joven Elizabeth era hermosa, inteligente y encantadora. Era cortejada por pretendientes que la consideraban la dama más elegible de Europa. En enero de 1559, el embajador español informó a la reina acerca de las esperanzas del rey Felipe II, a lo que Elizabeth respondió con típicas evasivas. Por otro lado, ella proclamaba su decisión de seguir siendo una reina virgen, mientras que también alegaba en contra de casarse con el esposo de su medio hermana. Ella se comprometió a presentar el asunto ante el Parlamento, asegurando a Felipe que si tomaba la decisión de casarse, ella lo preferiría por encima de todos los demás. Elizabeth era una política consumada y se dio cuenta de que no sería prudente rechazar a uno de los hombres más poderosos de Europa con prisas poco favorecedoras.

Felipe II

Felipe no fue el único pretendiente alentado por Elizabeth aquel invierno. En febrero, un embajador de la corte del sacro emperador romano, Fernando I, llegó a Inglaterra. Su propósito era informarse acerca de las perspectivas de matrimonio para los dos hijos del emperador, los archiduques Fernando y Carlos. Elizabeth desestimó al excesivamente piadoso Fernando como "sirve sólo para orar", pero expresó su interés por Carlos, insistiendo, sin embargo, en verlo con sus propios ojos. La reina le pregunto al embajador si la cabeza de Carlos era demasiado grande para su cuerpo, mientras que el embajador se negó a aceptar una visita humillante "de prueba". 

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Eric de Suecia

En abril, el príncipe Eric de Suecia se unió a las filas de pretendientes de la reina. Él había perseguido a Elizabeth durante el reinado de Marìa y ahora había redoblado sus esfuerzos, bañando a la reina con regalos de pieles, tapices y cartas apasionadas. Elizabeth quedó prendada de los retratos del príncipe, pero ella rechazó su propuesta, pues tendría que vivir en Suecia como esposa. Dentro de una corte llena de embajadores extranjeros, algunos ingleses esperanzados hicieron un intento de cortejo con la reina. Elizabeth nunca tuvo interés romántico en alguno, sin embargo, disfrutaba las atenciones de sus pretendientes. En realidad, sólo había un noble inglés que podría reclamar el corazón de Elizabeth, y su nombre era Robert Dudley.


Robin y Bess


Elizabeth había conocido a su "dulce Robin" (como ella lo llamaba) desde que tenía 8 años de edad y lo consideraba como a uno de sus más viejos y queridos amigos. Se había criado en la corte y fue una elección natural para el selecto grupo de los niños de la aristocracia que compartieron sus lecciones con Elizabeth y Edward. Como hijo del poderoso duque de Northumberland, pertenecía a una de las familias principales de Inglaterra, pero la realidad era que los Dudley habían tenido una historia accidentada, con dos ejecutados por traición en dos generaciones (Edmund Dudley y John Dudley). El propio Robert Dudley ha sido condenado a muerte, pero fue indultado con la ayuda del rey Felipe de España. Elizabeth solía burlarse de su amigo, quien provenía de una familia de traidores. En el joven Robert Dudley, Elizabeth encontró un compañero de espíritu. Inteligente, encantador, guapo, un excelente jinete y deportista. Una de sus primeras decisiones como reina fue elegir a Dudley como jefe de la caballería, un posición que involucró la coordinación de eventos reales y cabalgar a su lado en las procesiones. Pero Dudley no solo se dejaba ver a un lado de la reina en los los eventos públicos. Dentro de la corte tenia más acceso a Elizabeth que cualquiera de sus concejales y los rumores sobre la relación íntima eran comunes.

Robert Dudley


Entre sus compañeros, Dudley fue mirado con gran desconfianza y William Cecil fue especialmente temeroso de su influencia sobre la reina. Sin embargo, había un obstáculo importante en el camino de la relación de Dudley con Elizabeth. Estaba casado con una dama llamada Amy Robsart. Aunque su esposa tuviera "una enfermedad en uno de sus pechos", su existencia, viviendo tranquilamente en el país, impidió que el romance real progresara. 


El caso de Amy Robsart

Robert Dudley y su esposa, Amy

En 1560, sin embargo, la situación de Dudley cambió cuando su esposa fue descubierta sin vida en la base de una escalera de Cumnor Place. Murió un domingo, que era día de la feria en Abingdon. Se dice que Amy dio permiso a todos sus servidores para visitar la feria, que incluso se enfadó con algunos que querían permanecer en la casa. 

En el momento de la tragedia, su esposo estaba en la corte con la reina, y de inmediato envió a Sir Thomas Blount para que investigara. Dudley se apresuró a investigar sobre la muerte de su esposa. Se emitió un veredicto de muerte accidental. 

El cuerpo de Amy fue transportado a Oxford y se le dio un entierro suntuoso en St. MarySu marido no asistió, ya que era la costumbre de la época. La corte era un hervidero de rumores acerca de que Amy había sido eliminada por su marido para allanar el camino para sus ambiciones. Robert Dudley no era tan ingenuo como para pensar en orquestar la muerte de su esposa y poder casarse con la reina. Era lo suficientemente experimentado como para saber que cualquier escándalo en torno a él arruinaría sus planes de matrimonio con Elizabeth. Ahora menos que nunca la reina no podía contemplar la posibilidad de casarse con su amigo de la infancia. De haberlo hecho, la gente habría creído los rumores que señalaban a Dudley como asesino, e incluso que Elizabeth había tomado parte en el plan.  


También se toma en cuenta la teoría de que la pobre Amy se hubiese suicidado. Esta puede ser una teoría mas creíble, pues según los informes, la esposa de Dudley sufría de depresión. El solo hecho de que echara de la casa a toda la servidumbre es bastante sospechoso. Tal vez quisiera lograr darse muerte sin el riesgo de que algún criado entorpeciera su intento de suicidio. 


La reina contrae viruela
El 10 de octubre de 1562, a los veintinueve años, Elizabeth fue conducida a Hampton Court, víctima de una fiebre violenta. Pronto se dieron cuenta de que la reina tenía viruela. Se creía que moriría en ese ataque de viruela. Afortunadamente, la reina se recuperó, pero su rostro quedo marcado por cicatrices. De haber muerto, la sucesión hubiera sido una cuestión terrible, ya que la soberana no tenía hijos. La heredera más probable era María de Escocia, una mujer católica a quien los ingleses protestantes miraban con recelo.

La práctica de Elizabeth de enyesar su rostro con maquillaje se remonta a su temprana edad media. La viruela le había dejado con las mejillas llenas de cicatrices de forma permanente y -se informó- en parte calva. Después de su recuperación, ella adoptó una nueva forma de presentarse ante el mundo. En lugar del estilo natural de sus veinte años, ella ahora llevaba mucho maquillaje y una serie de elaboradas pelucas y postizos.



El atuendo de la reina



Guardarropa
La reina Isabel es famosa por su magnífico guardarropa. Se dice que ella poseía 3.000 vestidos, aunque muchos de ellos eran regalos que nunca fueron usados. A medida que envejecía, sus trajes se hicieron cada vez más espectaculares. Sus collares y gorgueras almidonadas crecieron, e incluso en la vejez, disfrutó con vestidos muy escotados. Los vestidos de Isabel fueron hechos con los materiales más finos (seda, terciopelo, tafetán, o de tela de oro) y eran cubiertos con piedras preciosas, perlas y bordados de oro y plata. 
 Steven van der Meulen, 1563

Hilliard, 1599. Puede notarse la diferencia entre el estilo que utilizaba en 1563 con el de este retrato, ya en su vejez. 



Debajo de sus prendas, ella llevaba una camisa de lino fino para proteger sus vestidos (que nunca podrían ser lavados) de la transpiración. La reina también era atada con un corsé de hueso de ballena, y llevaba una enagua rígida conocida como miriñaque, haciendo que caminar y sentarse fuera desafío. Las medias de Isabel eran de seda (la mayor parte de sus súbditos tenían medias de lana) y su zapatero real le hacía un nuevo par de zapatos cada semana. Un francés reportó sobre "una cadena de rubíes y perlas alrededor de su cuello" y sus brazaletes de perlas, "seis o siete filas de ellos". Ella exigía estilo a sus cortesanos, pero éstos no podían eclipsar a la reina. 

Maquillaje
Las damas isabelinas comúnmente se aplicaban un "blanqueamiento" de loción para la cara y los pechos. Este compuesto se hace a menudo de albayalde, una mezcla de vinagre y el plomo blanco, que tuvo el indeseable efecto secundario de la intoxicación. Otras lociones que blanquean se hicieron a partir de cáscara de huevo en polvo, semillas de amapola y bórax. Los labios y las mejillas enrojecidas usando colorantes naturales como la rubia, la cochinilla y el ocre, pero bermellón (sulfuro de mercurio) era la opción más popular para las damas de la corte. Las mujeres insertaban gotas de belladona en los ojos para hacerlos brillantes y esbozaban sus párpados con antimonio en polvo.



Las cejas fueron arrancadas para formar un arco alto y también se arrancaban el pelo para crear una frente alta. Las pelucas y postizos eran rizados y conformados en estilos elaborados y adornados con perlas y otras joyas. Las pelucas fueron hechas de cabello humano, y las chicas eran advertidas sobre cubrir su cabello al caminar por la ciudad en la noche.



Fuente:
Bingham, Jane, "The Tudors: The Kings and Queens of England´s Golden Age", Metro Books, New York, 2012. 




1 nov 2014

Isabel de Aragón, reina de Portugal


Anónimo, Convento de las Huelgas Reales de Burgos

Nacimiento e infancia

La primera hija de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón nació el 2 de octubre de 1470, en Dueñas. El embarazo había transcurrido con normalidad, a pesar de los constantes viajes de la madre. El parto, algo largo debido a su condición de primeriza, finaliza con éxito. Fue atendida por su médico de cabecera y catedrático de Salamanca, el doctor Juan Rodríguez de Toledo. Hernando del Pulgar menciona sobre Isabel de Castilla: "Guardaba tanto la continencia del rostro, que, aun con los dolores del parto, encubría su sentimiento, e forzábase a no mostrar ni decir la pena que en aquellas horas sienten o muestran las mujeres" (Cruz y Hermida, 2004). La princesa aceptó parir ante testigos, pero cubrió su rostro con un velo,  con el fin de ocultar sus gestos de dolor.

La princesa Isabel anunció el nacimiento de su hija al concejo de Murcia: "sabed que por la graçia de Dios Nuestro Señor yo soy alunbrada de una fija ynfante, e por su ynmensa bondat quedé bien dispuesta de mi salud" (Ávila Seoane, 2015)El bautizo tuvo lugar, probablemente, en la iglesia parroquial de Santa María de Dueñas, cercana al palacio de los Acuña, donde los príncipes habían establecido su corte. Dadas las circunstancias políticas, no hay registro de grandes festejos, solamente un pregón el 10 de octubre, en Valencia.
 
Virgen de los Reyes Católicos

Eran tiempos turbulentos, debido al conflicto por la sucesión de Enrique IV de Castilla. La disputa por el trono entre Isabel y Juana, apodada la Beltraneja, desencadenó una guerra de sucesión (1475-1479). Esta culminaría con el tratado de Alcáçovas, del cual hablaremos más adelante, pues resultaría decisivo en el destino de Isabel de Aragón. 


A los seis años, la seguridad de Isabel estuvo en peligro debido a una revuelta en Segovia. La princesa estaba bajo el cuidado de Andrés Cabrera, quien abusó de su poder y sustituyó al alcaide por su suegro, provocando descontento en la ciudad. Al enterarse de la revuelta, Isabel viajó de inmediato desde Tordesillas a Segovia. A partir de ese suceso, la infanta acompañaría a su madre en todo momento.

Isabel recibió una educación distinta a la de sus hermanas. Era la mayor y fue hija única por ocho años. En 1475, Fernando realizó su primer testamento, en el que nombró a Isabel legítima heredera de Aragón y Sicilia, a pesar de que las leyes de dichos reinos no lo permitían. También le encomienda a su padre, Juan II de Aragón, que haga todo lo posible para derogar esas leyes. Al siguiente año, fue declarada heredera de Castilla y León. 

La infanta Isabel comenzó su educación a los seis años, bajo la instrucción de fray Pedro de Ampudia, quien recibió varios pagos como maestro de la ynfante doña Ysabel o de la prinçesa de Portogal. Su salario entre 1486 y 1492 era de 50.000 maravedís anuales, y de 60.000 entre 1493 y 1498. En mayo de 1499, ya muerta su discípula, recibe un último monto de 20.000 maravedís (Ávila Seoane, 2017). 

La reina Isabel la Católica, presidiendo la educación de sus hijos, Isidoro Lozano

Es muy probable que aprendiera el portugués en la corte de su madre, o al menos tuviera nociones del idioma. Durante las tercerías de Moura, que duraron tres años, convivió con Beatriz de Aveiro y Alfonso de Portugal; en este periodo pudo haber perfeccionado el manejo del idioma. El dominio del latín era muy apreciado en esa época. El humanista Juan Luis Vives, en su obra dedicada a Catalina de Aragón, De Institutione Feminae Christianae, menciona que las cuatro hijas de Isabel I dominaban el latín. Además de tener "buenas letras", sabían coser y bordar.

El 30 de junio de 1478 nace el príncipe Juan. Es un acontecimiento de gran importancia para Castilla y Aragón. Isabel es desplazada al segundo lugar en la línea de sucesión. No obstante, esto no restó importancia a la infanta primogénita, pues seguía estando muy cerca del trono. 


Tratado de Alcáçovas

Las entrevistas entre la reina Isabel y su tía Beatriz de Aveiro fueron la base para las negociaciones que pondrían fin al conflicto con Portugal. Tuvieron lugar en el castillo de Alcántara entre el 20 y el 22 de marzo de 1479. Se discutieron cuatro temas: 
  • Los derechos y el destino de Juana la Beltraneja.
  • Recuperación de las relaciones entre Castilla y Portugal.
  • Perdón a los partidarios castellanos de Alfonso V. 
  • Regulación de las navegaciones por la costa africana.
El Tratado de Alcáçovas era en realidad un conjunto de cuatro tratados en virtud de los cuales no solamente se ponía fin a la guerra, sino que se procedía a un pleno restablecimiento de las relaciones entre ambos reinos. Fue firmado el 4 de septiembre de 1479 en Alcáçovas y el 27 de ese mismo mes, en Trujillo. Fue confirmado por Isabel y Fernando el 6 de marzo de 1480 en Toledo. Nos centraremos en el tercer tratado, que es el que involucra a la infanta Isabel.

En dicho tratado se regulaba el matrimonio de Isabel con Alfonso de Portugal. La novia aportaría una cuantiosa dote de más de cien mil doblas, que podría considerarse una indemnización de guerra. Los novios entrarían en tercería, bajo la custodia de los Braganza, hasta la celebración del matrimonio.

Beatriz de Aveiro o Braganza

El 11 de enero de 1481, Isabel y Alfonso entraron en tercería en Moura. La reina Isabel se mostró reticente al compromiso, ya que la infanta estaba comprometida con el príncipe Capua, nieto de Ferrante I de Nápoles. Además no le agradaba la idea de separarse de su hija. La tercería implicaba una especie de cautiverio como garantía de un acuerdo. Tanto el príncipe como la infanta vivirían en el castillo de Moura, en una localidad cercana a la frontera castellana, bajo la custodia de Beatriz. El ambiente portugués no era del todo desconocido para Isabel. Su propia abuela materna era infanta de Portugal y en la corte de su madre había damas lusas.

Juan II de Portugal

Las circunstancias cambiaron tras la muerte de Alfonso V en 1481. El príncipe Juan ascendió al trono como Juan II de Portugal. La casa de Braganza, su principal enemiga, tenía como rehenes a su heredero y a la hija de los Reyes Católicos. El rey Juan exigió libre acceso a las fortalezas donde residían los niños. Sin embargo, de ser así, la infanta Isabel correría el riesgo de convertirse en prisionera del reino portugués. Ante los vaivenes de la política portuguesa, Isabel y Fernando estaban decididos a sustituir las tercerías por otras formas de seguridad. El 28 de abril de 1483, se otorgaron poderes a Hernando de Talavera para dar fin a las tercerías. El 15 de mayo se firmaron dos nuevos tratados, complementarios a los de Alcaçobas. Uno de ellos devolvía la custodia de los infantes a sus respectivos padres. Ese mismo año, Isabel regresó a la corte.

Siete años en Castilla
La infanta Isabel había estado separada de sus padres por casi tres años; era una niña cuando dejó Castilla y ahora regresaba siendo una adolescente. La infanta sería testigo de la caída del último reino musulmán de la Península, pues generalmente acompañaba a sus padres en las campañas. Isabel se unió a su madre en los viajes por el reino, aprendiendo sobre asuntos gubernamentales y alentando a los ejércitos en la lucha contra los moros. 

La Virgen de la Misericordia con los Reyes Católicos y su familia, Diego de la Cruz

En 1486, tras la conquista de Loja, la infanta formó parte de la procesión de entrada triunfal en la ciudad. En los días siguientes, pudieron ver el 
asedio y la captura de Moclín. En 1487 tuvo lugar la conquista de Málaga y en 1489 el asedio de Baza. 

Junto con sus padres y su hermano, Isabel desempeñó un papel destacado en la corte. Por ejemplo, en marzo de 1489, recibieron a una embajada inglesa en Medina del Campo. La lujosa vestimenta de la familia real impresionó a los ingleses. La infanta era un partido interesante, debido a su belleza, educación y, aún más atractivo, su posición en la sucesión a los tronos de Castilla y Aragón.

Primer matrimonio, princesa de Portugal
El 21 de julio de 1487, el compromiso entre la infanta Isabel y el príncipe de Capua fue anulado por el papa Inocencio VIII. Al siguiente mes, se otorgó una bula que permitía a los dos hijos mayores de Isabel y Fernando contraer matrimonio con parientes en segundo grado. Con esto, los reyes evitarían retrasos en las negociaciones matrimoniales. En la primavera de 1488, los Reyes Católicos enviaron a Portugal a Sancho Machuca para reactivar el compromiso matrimonial. La dote de la infanta quedó establecida en 106.666 doblas de oro y 2/3 de dobla (pagaderas en tres plazos), y recibiría en Portugal las rentas de Torres Vedras, Torres Novas y Alvaiazar. 

El 18 de abril de 1490 se celebró en Sevilla el matrimonio por palabras de presente. La reina regaló a su hija quinientos marcos de oro y mil de plata, además de perlas, joyas, paños y ropa blanca. El 6 mayo, el rey Fernando escribió a su yerno: "aunque vos deseáis mucho ver a vuestra esposa, no falta acá quien os desea ver". Al día siguiente, la princesa escribió una misiva al rey de Portugal, su suegro (Martínez, 2016):

Beso las manos a Vuestra Alteza por el plazer que ha mostrado, y suplico a Vuestra Señoría, por que mejor le pueda servir, me mande en qué le sirva, pues en esto recibiré y muy [sic] gran merced por poder mostrar el deseo que a ello tengo. Y en la obra virá Vuestra Alteza quán grande es.
De Sevilla a VII de mayo.
Servidora e hija de Vuestra Alteza. 
La princesa. 

Isabel llegó a Badajoz el 19 de noviembre, donde se preparó para cruzar la frontera. La esperaba Manuel, duque de Beja, en representación del príncipe Alfonso. Esa noche, la princesa durmió en el Monasterio de São Domingos de Elvas. Al día siguiente, partió a Estremoz, donde descansaría antes de continuar el viaje a Évora. Pero Alfonso y su padre no quisieron esperar y fueron a su encuentro. La princesa asistió a misa de velaciones en el monasterio de Nuestra Señora del Espinheiro, donde Isabel y Alfonso consumaron su matrimonio, con gran escándalo de los frailes cuando lo supieron. El 27 de noviembre, los príncipes realizaron su entrada en Évora. 

La llegada de la princesa Isabel y las celebraciones por su boda con Alfonso quedaron en la memoria del reino. La futura reina de Portugal se presentó vestida con gran riqueza y elegancia; era una mujer de veinte años, hermosa, de ojos claros y cabello rubio. Parecida a su madre, tanto en apariencia como personalidad. Después de una solemne procesión y oración en la Catedral, Isabel fue recibida por el príncipe y la reina. Las festividades en Évora duraron hasta Navidad, con ferias, corridas de toros y banquetes. En la corte lusa predominaba un clima de felicidad y armonía, algo que se veía reflejado en las relaciones con Castilla y Aragón. Sin embargo, esos días felices estaban por terminar.

Princesa viuda de Portugal
El 13 de julio de 1491, la corte se encontraba en Santarém. Cerca del río Tajo, Alfonso cayó de su caballo. El castellano Andrés Bernáldez narra:
En este mismo mes de Julio, no pude saber si fué el propio dia, ántes ó despues siete ú ocho dias, acaeció la gran desdicha y desastrada muerte del Príncipe de Portugal, yerno del Rey é de la Reina, marido de la Infanta Doña Isabel, que corriendo á la par con un escudero, que iba en otro caballo, cayó de él, é murió luego súpito. Esto acaeció en la villa de Santaren; é aun ántes que el cerco se alzase, vino la Infanta cubierta de luto á sus padres á Illora , é estuvo ende , donde el Rey é la Reina la fueron á visitar, é haber con ella parte de su dolor é desventura (Bernáldez, 1870).
El desafortunado príncipe murió a la edad de dieciséis años, el 13 de julio de 1491. Las ceremonias fúnebres se realizaron a finales de agosto en el monasterio de Batalha. El rey Juan consideró inconveniente que la desconsolada viuda asistiera a los funerales, por lo que no demoró en enviarla de vuelta a Castilla. 

Las buenas relaciones entre Castilla y Portugal se mantuvieron. Juan II mantuvo a Isabel como señora de las villas que recibió al casarse (Torres Vedras, Torres Novas y Alvaiazar) y los Reyes Católicos siguieron pagando los plazos de la dote. Además de la tragedia personal, la muerte de Alfonso trajo complicaciones a la sucesión portuguesa. Con él se extinguió la descendencia legítima de Juan II y la reina Leonor. Ahora la sucesión recaía en Manuel, duque de Viseu y hermano de la reina. Tras la muerte de Alfonso, el rey Juan intentó legitimar a su hijo bastardo, Jorge de Lencastre. Leonor, en cambio, defendió los derechos de su hermano menor. 

imagen de RTVE.es

Fernando e Isabel abandonaron temporalmente el asedio de Granada para consolar a su hija, quien regresó a Castilla justo a tiempo para ser testigo de grandes acontecimientos en la historia de España. En 1492, sus padres resultaron victoriosos en la guerra con Granada. Ese mismo año, el Papa Alejandro VI les otorgó el título de Reyes Católicos tras la expulsión de los judíos. Al siguiente año, los Reyes recibieron en Barcelona a Cristóbal Colón, quien regresaba de su primer viaje a América (aunque él pensó que había llegado a las Indias).


La princesa viuda cambió las telas costosas por la gruesa arpillera. Cortó sus cabellos rubios y cubrió su rostro con un velo. Adoptó un estilo de vida austero y dedicado a la caridad; rechazaba unirse a cualquier otro hombre. Sin embargo, la princesa Isabel todavía era joven y valiosa en el mercado matrimonial. Como infanta de Castilla y Aragón, su lugar estaba junto a algún rey o príncipe cristiano que sus padres considerasen conveniente, no en el convento. 


Segundo matrimonio, reina de Portugal
En octubre de 1495, muere Juan II de Portugal y lo sucede su cuñado, Manuel, a quien llaman el Afortunado. A sus veintiséis años, el nuevo rey sigue soltero. Los Reyes Católicos, buscando fortalecer la alianza con Portugal, ofrecen a la infanta María como esposa. Manuel I estaba en disposición de mantener la alianza, pero, en apego a los tratados de Alcáçovas, su intención no era desposar a la infanta de trece años, sino a la primogénita de Isabel y Fernando. 

Fue una elección bastante razonable por parte del rey luso (a pesar de la leyenda romántica que sugiere que Manuel se enamoró de ella desde su encuentro en la frontera, en vísperas de la boda con Alfonso). Isabel era una opción más atractiva debido a su posición en la línea de sucesión. Por otro lado, ella ya era princesa de Portugal, donde era muy querida. Y, no menos importante, al ser una mujer de veinticinco años, no demoraría en aportar descendencia al nuevo rey.

Manuel I de Portugal

De acuerdo con una carta de Pedro Mártir de Anglería al Arzobispo de Braga al Arzobispo de Braga, datada el 5 de diciembre de 1496 (
Sanz y Hermida, 2004): 
Isabel, la primogénita de los Reyes, viuda de vuestro príncipe portugués, que exhaló su juvenil alma a consecuencia de una caída de caballo mientras corría en el estadio, ha rechazado hasta hoy día el unirse a otro cualquier hombre. Sus padres tratan de persuadirla, le ruegan y suplican que procree y les dé los debidos nietos. Ha sido sorprendente la entereza de esta mujer en rechazar las segundas nupcias. Tanta es su modestia, tanta su castidad de viuda, que no ha vuelto a comer en mesa después de la muerte del marido, ni ha gustado ningún manjar exquisito. Tanto se ha mortificado con los ayunos y vigilias, que se ha venido a quedar más flaca que un tronco seco. Ruborizada, se pone nerviosa siempre que se provoca la conversación sobre el matrimonio. No obstante, según olfateamos, puede ser que algún día se ablande a los ruegos de los padres. Va tomando cuerpo la fama de que será la futura esposa de vuestro rey Manuel. De este modo vosotros estaréis a seguro de cualquier contingencia violenta del exterior, y mis reyes tendrán suma complacencia en casar a la hija que tan extraordinariamente quieren con un buen rey, con un hombre amable y excepcionalmente apacible y, además, pariente por otra parte. 
Seguramente la fecha de esta misiva posee algún error, pues el 30 de noviembre de 1496 se determinaron las capitulaciones para el matrimonio. Cabe especular que la princesa Isabel cedió al matrimonio, obedeciendo a motivos religiosos más que a las razones de Estado (tomando en cuenta la intervención de Cisneros). Las capitulaciones venían acompañadas por una carta de juramento de la propia infanta.
E nos doña Ysabel, por la graçia de Dios rreyna de Portugal y de los Algarbes, de aquende y de allende mar en África e señora de Guinea, prometemos en nuestra buena fe e palabra real, e juramos a Nuestro Señor Jhesuchristo y al señal de la cruz y a los santos quatro Evangelios, con nuestras manos corporalmente tocados, que, siendo salidos de todos los rreynos e señoríos del dicho rrey mi señor todos los que fueron condemnados aquá (sic: aquí) por hereges questán en los dichos sus rreynos e señoríos, y scriviéndome el dicho rrey mi señor e jurándome con carta suya que son salidos y que si algunos quedaren se essecutará en ellos la pena que como hereges merecen, e cumpliendo el dicho rrey mi señor las otras cosas contenidas en esta dicha presente scritura que a él tocan de cumplir, nos assimismo cumpliremos todas las cosas contenidas en esta dicha scritura, conviene a saber: aquellas que a nos tocan de cumplir e cada una dellas que a nos pertenezca, a buena fe e sin mal engaño, sin arte e sin cautela alguna. (Ávila Seoane, 2015)
La ceremonia tuvo lugar el 30 de septiembre de 1497 en Valencia de Alcántara. Fue un año prometedor para los Reyes Católicos; Isabel casada con el rey de Portugal y Juan con Margarita de Austria, quien ya esperaba un hijo. Sin embargo, toda alegría y festividad se esfumó el 4 de octubre, en Salamanca, con la muerte del príncipe Juan.

Princesa heredera
Todas las celebraciones previstas para recibir a la nueva reina de Portugal fueron canceladas ante la muerte del príncipe de Asturias y Gerona. Poco tiempo después, Margarita de Austria dio a luz una niña que no sobrevivió. Mientras tanto, llegaron noticias desconcertantes de que Felipe de Austria, hermano de Margarita y esposo de la infanta Juana, se había proclamado príncipe de Asturias.

María Cantuel como Isabel de Aragón, imagen de RTVE.es

En enero de 1498, los Reyes animaron a Manuel e Isabel a que acudieran a Castilla para ser jurados. El rey portugués se enfrentó a algunas resistencias, pues se temía que su investidura como heredero implicará una especie de sumisión a Castilla. Antes de partir, Manuel convocó Cortes en Lisboa, que se cerraron con éxito el 14 de marzo. Su hermana Leonor quedaría como regente. Fueron recibidos en Castilla por el duque de Medina Sidonia. Los reyes de Portugal llegaron a Toledo el 29 de abril, donde ya estaban reunidas las Cortes. Ese mismo día, en la Catedral, juraron a la nueva heredera: juran a la dicha muy alta e muy poderosa señora doña Ysabel, reyna de Portogal, hija primogénita de los dichos rey don Fernando e reyna doña Ysabel, nuestros señores, por prinçesa e primogénita heredera e legítima subçesora destos reynos de Castilla e de León e de Granada en defeto de varón hijo de los dichos rey e reyna nuestros señores, e para después de los días e fin de la dicha reyna nuestra señora, por señora e propietaria destos dichos reynos, e al muy alto e muy poderoso señor don Manuel, rey de Portogal, como a su legítimo marido por prínçipe e por rey para después de la dicha reyna nuestra señora, su madre” (Olmos, 2013). 

La cuestión de la sucesión aragonesa era más complicada, pues en dicho reino las mujeres no podían reinar. El 14 de junio de 1498, Fernando convocó Cortes en Zaragoza. Sobre este problema, Pedro Mártir de Anglería se dirige al arzobispo de Braga, fechada en el 22 de junio de 1498:
“En días anteriores te escribí que tu Rey Manuel había sido llamado por sus suegros, juntamente con su esposa, para que viniera a tomar posesión de la primogenitura de tantos reinos. Los recibimos en Toledo y, después de pasar allí un mes no completo, nos encaminamos hacia Aragón con el fin de que los Reyes conozcan los reinos que heredarán por derecho paterno. Se convocan las Cortes y las Juntas. Celebrarán sus reuniones, pero recelamos que surjan algunos inconvenientes. Estos tarraconenses, lo mismo que los aragoneses, los valencianos y los catalanes, son gente terca. Con pies y manos pelean porque no sufran menoscabo sus derechos. Conforme a la vetusta constitución de su patria y a sus tradicionales leyes, guardan severamente lo estatuido de que ninguna Reina empuñe entre ellos el cetro. Quieren que, en defecto de legítima prole masculina, sea proclamado Rey el varón más próximo al Rey que muere, de quienquiera que sea hijo. No obstante, alimentamos una débil esperanza: Manuel ha traído encinta a su esposa Isabel. Si ésta llega a alumbrar un varón, yo te prometo que se acabarán todas las discusiones sobre esta materia, pues no habrá nadie más próximo al Rey - supuesto que no tiene hijos - que el nieto por parte de la hija. Ahora bien; si da a luz una niña, los tendremos a ellos por herederos de los reinos, aunque sea difícil que se inclinen a este criterio” (Olmos, 2013). 
La defensa jurídica de la princesa fue encomendada a Gonzalo García de Santa María. Fernando hizo todo lo posible para que su hija fuese reconocida como heredera de Aragón. Las Cortes de este reino se aferraron al hecho de que Isabel estaba embarazada.

Muerte
Mientras se desarrollaban las discusiones en torno a la sucesión aragonesa, la joven reina se preparaba para su parto. Junceda Avello menciona que Isabel siempre tuvo el presentimiento de que moriría de parto, pues antes de dar a luz se confesó y recibió los sacramentos. Sin embargo, estas precauciones no son extrañas, considerando la alta probabilidad de morir en el parto en esa época.

En la mañana del 23 de agosto de 1498, en el palacio arzobispal de Zaragoza, nació un niño al que llamaron Miguel. La alegría del abuelo fue tan grande que salió inmediatamente a anunciar el nacimiento de un varón. El problema de la sucesión aragonesa estaba resuelto. Mientras la gente festejaba en las calles y las campanas sonaban, la reina parturienta se debilitaba. Fue un parto difícil y la joven no tenía una contextura fuerte como su madre. Recordemos que Pedro Mártir de Anglería la describió como "más flaca que un tronco seco". 

Fernando intentó reanimar a su hija en sus últimos momentos de vida; la tomó en sus brazos y le recordó la muerte y pasión de Cristo. El parto le había provocado una fuerte hemorragia. Isabel murió en los brazos de su padre. La reina Isabel, al ver morir a su primogénita, cayó de inmediato al suelo. La desconsolada madre fue llevada a otra cámara. Fue el padre quien recostó el cuerpo de la joven Isabel sobre almohadas de terciopelo, vestida con un hábito negro aterciopelado y un fino velo sobre el rostro. Después de esto, lloró por su hija. 

Manuel regresó a Portugal en septiembre. El recién nacido, Miguel de la Paz, se quedó al cuidado de sus abuelos maternos. Lamentablemente, el heredero de tres reinos murió antes de cumplir los dos años.

Convento de Santa Isabel de los Reyes

Isabel fue enterrada en una tumba poco profunda, a las afueras de la ciudad, en un monasterio de los Jerónimos. Más tarde fue trasladada al Monasterio de Santa Isabel de los Reyes, en Toledo, de acuerdo con su última voluntad. Quiso que la enterraran con el hábito de clarisa, bajo una sencilla losa de mármol. Así descansa la hija mayor de los Reyes Católicos.




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