23 ago 2019

La sexualidad en la Edad Moderna (Parte 2)

Los registros bautismales ingleses revelan que las tasas de concepción prematrimonial, que en los años 1550-1749 llegaban al 20 por 100, se dispararon, en la segunda mitad del siglo XVIII, hasta superar el 40 por 100. Ni las autoridades protestantes ni las católicas miraban con indulgencia tales desafueros. A partir del siglo XVI, y sobre todo después del Concilio de Trento, en 1563, la Iglesia Católica comenzó a librar una sistemática batalla contra todas las formas de relaciones prematrimoniales.

Amor sacro y amor profano (1515). Tiziano. 

Pese a los muchos y repetidos intentos de eliminar el sexo prematrimonial y la cohabitación, las áreas rurales resistieron durante mucho tiempo el modelo "aprobado" de matrimonio, que estipulaba que todas las parejas debían ser acordadas por los padres. La Europa de los siglos XVI y XVII fue testigo de una andanada de regulaciones contra el matrimonio sin el consentimiento paterno, lo cual privó poco a poco a los jóvenes del derecho a elegir pareja, aun cuando se hubieran prometido, se hubiesen entregado alianzas y hasta hubiesen tenido relaciones sexuales. Particularmente eficiente en las áreas urbanas, el modelo paternalista del matrimonio permaneció incólume hasta el siglo XVIII, cuando la "anglomanía" convalidó un movimiento hacia una visión nueva, sentimental, de los afectos conyugales dentro de las clases altas. La Inglaterra aristocrática se colocó un paso adelante respecto del resto de Europa en el desarrollo de una nueva ideología de la familia según la cual la jerarquía patriarcal en vigor desde la Baja Edad Media cedía el paso a unas relaciones más estrechas e igualitarias entre los esposos. Sin embargo, incluso los que defendían estas ideas, se mostraron inflexibles en la condenación de otros dos motivos posibles de matrimonio: el deseo de beneficio monetario y la pasión sexual o romántica.

Relaciones conyugales
Ciertos rasgos del comportamiento sexual del primer periodo moderno son peculiares de Europa. El primero es el intervalo promedio de diez o más años entre la pubertad y el matrimonio. Esta brecha, que tendía a ser mayor entre las clases sociales más bajas que entre las altas, continuó ensanchándose durante los siglos XVII y XVIII. Además, hay una cantidad significativa de personas que nunca se casaron y que va del 10 por 100 entre los campesinos y pobres de las ciudades a más del 25 por 100 entre las elites. Un segundo rasgo particular es la noción de amor romántico sobre la constante biológica del impulso sexual.

Una tercera y última constante fue el predominio  de la ideología cristiana en la legitimación y práctica de la sexualidad. Aunque algo mitigada por reemplazar el ideal medieval de la virginidad por el del sagrado matrimonio, persistió la actitud desconfiada y hostil respecto a la sexualidad.


Las autoridades religiosas consideraban pecado mortal todo acto sexual fuera del matrimonio, así como todo acto conyugal no realizado en función de la reproducción. San Jerónimo declaró que el marido que abrazaba a su mujer con excesivo apasionamiento era un "adúltero" porque la amaba tan solo por el placer que le procuraba, como haría con una amante. Reafirmada por santo Tomás de Aquino e interminablemente repetida por manuales de autores confesionales durante los siglos XVI y XVII, la denuncia de la pasión en el matrimonio condenaba tanto a la esposa apasionada como al marido libidinoso. Hasta las posiciones que adoptara la pareja estaban sujetas a estricto control. La posición denominada retro o more canino (que no debe confundirse con sodomía) se declaraba contraria a la naturaleza humana porque imitaba el acoplamiento de animales. Igualmente "antinatural" era la posición mulier super virum, en la medida en que colocaba a la mujer en una posición activa.

Los textos médicos daban sostén a las regulaciones teológicas. Ambas autoridades estipulaban ciertos días en los que debían evitarse las relaciones sexuales. Para los píos, los días de ayuno, las fiestas religiosas, los domingos, Navidad, Viernes Santo y Pascua, eran días de castidad. También se recomendaba durante toda la Cuaresma, aunque los teólogos del primer periodo moderno ya no esperaban que los fieles fueran capaces de la plena abstinencia. Además, se instaba a las parejas a que evitaran la relación sexual durante los meses calurosos. La intimidad durante los ciclos menstruales y los cuarenta días después del parto se consideraban peligrosos para la salud del marido. La tasa de mortalidad infantil era considerablemente alta durante los dos primeros años de vida, lo que condujo a autoridades médicas y religiosas a prohibir las relaciones sexuales durante el amamantamiento. E igual eran consideradas una amenaza para el producto del embarazo. 

Junto con el coitus interruptus, la homosexualidad y la bestialidad, la masturbación era uno de los cuatro pecados sexuales que desafiaban el imperativo natural de reproducción. La única forma de masturbación autorizada era la automanipulación femenina, ya fuera en preparación para el coito o después de una eyaculación y retiro precoz del marido, a fin de lograr el orgasmo, "abrir" la boca de la matriz y liberar el "semen" femenino que, de acuerdo con las autoridades médicas del siglo XVII, era tan útil como el del varón. Aunque este tema siguió siendo objeto de discusión en los manuales de confesión hasta bien entrado el siglo XVIII, la mayoría de los teólogos aceptaban la teoría médica de Galeno en relación con la deseabilidad de la satisfacción femenina. 




Bibligrafía
Bajo la dirección de Georges Duby y Michelle Perrot, "Historia de las mujeres en Occidente : del renacimiento a la edad moderna", Madrid, España: Taurus; Santillana; 2000, pag.102-108.


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