1 dic 2016

La expulsión de los judíos (1492)



La actividad inquisitorial del Santo Oficio pretendía verificar las acusaciones hechas contra cristianos nuevos, avivándose así, la polémica en torno  a los judeoconversos. La expulsión venía a ser considerada como una medida necesaria para sofocar el criptojudaísmo. Hubo hechos que propiciaron un clima antijudío, dando impulso al posterior edicto de expulsión, como el caso del Santo Niño de la Guardia.

Decreto
Tres grandes religiones convivían en la península iberica: el cristianismo, el judaísmo y el islam. La tolerancia religiosa para los musulmanes no duraría mucho, pero acabó para los judíos el 31 de marzo de 1492, cuando los Reyes Católicos firmaron el edicto de expulsión de los judíos, pudiendo permanecer en el reino con la condición de que renunciaran a su fe. Hasta hace algunos años, los judíos podían regirse por sus propias leyes y conservar sus prácticas religiosas, pero viviendo en barrios separados y portando insignias que los identificaran como tal.

Se ha comentado que el fin de la expulsión consistía en apropiarse de los bienes de los judíos, algo que no tiene sentido, pues a la Corona le convenía más (en el aspecto económico) que los judíos se quedaran en Castilla generando ingresos, a quedarse solamente con los despojos que dejaron tras la expulsión. Los judíos no fueron desterrados antes debido a que, durante la guerra de Granada, aportaron considerables apoyos económicos.


El decreto prohibía que los judíos sacaran oro, plata, moneda acuñada, armas y caballos. Debido a ello, se indicaba que los judíos podían transformar todas sus fortunas en letras de cambio, con ganancia para los banqueros internacionales. Se les dio un plazo de cuatro meses para liquidar sus bienes y abandonar el reino. La única forma de salvarse del exilio era la conversión, pero muchos judíos eran conscientes de que como conversos no estarían a salvo, pues quedarían bajo la jurisdicción de la Inquisición. Personas como Abraham Seneor y su yerno Mayr Malamed, se bautizaron siendo apadrinados por los propios reyes.

Hubo cristianos que se aprovecharon maliciosamente de la liquidación de inmuebles de los judíos. Pero también hubo casos como el del municipio de Vitoria, que recibió el cementerio judío y se comprometió a preservarlo.

Salida
En versión de Azcona, que distorsiona los números a la baja, existían en el momento de la expulsión 216 aljamas, en las que residían entre 14.400 familias como mínimo y 15.300 como máximo, y llega a establecer la población judía en Castilla y León, en suma aproximada de 100.000 habitantes. 

García Cárcel y Moreno Martín, nos proporcionan un resumen de las valoraciones dadas por los propios expulsos, y cronistas: Abraham Zacuto: 200.000 judíos; Ibn Verga, 300.000; Abravanel: 300.000; Aboab: 400.000 y Cardoso: 400.000, pero que otros incluso han llegado a cifras inverosímiles, como los que apuntan 800.000 expulsados. Esta última cifra es aún inferior a la que exageradamente consigna Martín Carramolino en su Historia de Ávila, que hace figurar la desorbitada cifra de “854 957 personas”.  Son más sensatas, aunque no reales, las cifras dadas por Joseph Pérez. Estima que en 1492, debían de existir en España en torno a los 200.000 judíos, de los que asigna a Castilla, 150.000 y 50.000 en la Corona de Aragón, lo que representaba respectivamente, el 4% de la población.  Las últimas cifras que proporciona Luis Suárez ha estimado que de ningún modo sobrepasaron los judíos afectados por el decreto, las 100.000 almas.

En cuanto a la salida de los judíos, los reyes si se preocuparon por conseguir que se llevase a cabo de manera tranquila. La mayoría de los judíos de Castilla se refugiaron en Portugal y otros en Marruecos, mientras que los judíos de Aragón lo hicieron en Navarra, en el África, Italia y en el Imperio Otomano. 

Hubo judíos que no retornaron nunca al reino, en cambio otros volvieron para recibir el sacramento y así poder permanecer en la tierra de sus ancestros. Esta medida no hizo más que empeorar el problema de los conversos, pues con la expulsión aumentó el número de judeoconversos que no deseaban abandonar sus bienes, cristianos nuevos que no se libraron de las sospechas de los cristianos viejos. Muchos de ellos fueron sometidos a abusos y vejaciones. Los expolios cometidos contra los exiliados obligaron a los reyes a implementar medidas de seguridad para las caravanas de judíos, otorgándoles escoltas durante la partida. Son conocidos los casos dados a su paso por la villa de Fresno de los Ajos, lugar de descanso de algunas caravanas de hebreos en marcha hacia Portugal, a los que exigían doce maravedíes por familia y medio real por persona particular, y cuatro reales y medio por persona.

El mismo año de promulgarse el decreto, ya en 10 de noviembre y desde Barcelona, los reyes emiten una carta de amparo a favor de los judíos, que desde Portugal deseasen retornar a los reinos “seyendo primeramente tornados cristianos”, y recibiendo “agua de Spíritu Santo”, en Badajoz, Ciudad Rodrigo o Zamora, según por donde entraren a Castilla. Se determina que, a su bautismo, acuda al obispo o provisor, y el corregidor o alcalde de dichas ciudades, debiendo aportar estos judíos testimonios de haber sido bautizados en dichas localidades o en Portugal. También se acuerda les sean devueltos los bienes que habían vendido al tiempo de su marcha, tornando a los compradores las cuantías que recibieron por tales bienes y los mejoramientos en ellos realizados.

Causas
Como ya se ha mencionado anteriormente, Fernando e Isabel no eran antisemitas. Eran muchos los judíos que ostentaban cargos importantes en la corte. La propia reina recurrió a un médico judío en lo que respecta a sus embarazos. Por eso no es aventurado afirmar que la expulsión no estaba motivada por el racismo. De haber sido el racismo la causa de la expulsión, se habrían tomado acciones en contra de los judeoconversos y musulmanes. 

a) Motivos religiosos: El deseo de los reyes de conseguir la unificación religiosa en sus reinos. Se sabe que la Iglesia celebró al conocer la noticia de la expulsión. La explicación más razonable parece ser la intención de cortar las relaciones entre los cristianos nuevos y los judíos. 

b) Motivos económicos: No se puede negar que los judíos y conversos sobresalían en las finanzas. Abarcaban todo tipo de empresas y negocios. Eran también, prestamistas regios, no solamente a los reyes para sus necesidades privadas, sino para cuestiones del Tesoro Público y de financiación de campañas militares. Pero, como ya se ha mencionado, la expulsión no se produjo por motivos económicos o por codicia de los soberanos. Al contrario, la economía se vio perjudicada. Con la expulsión se redujo la extensa nómina de contribuyentes.

c) Presión popular: Entre las causas se ha considerado la aversión de la población por la comunidad judía. Caro Baraja alude a la existencia de cuatro clases de argumentos o motivaciones antijudías que despertaban hacia los hebreos el odio de los cristianos, a fines de la Edad Media y principios de la Edad Moderna, como eran los de carácter religioso (deicidio), económico (usura), psicológico (inteligencia práctica y soberbia). No puede descartarse la existencia de una presión popular. Anotamos, para dar respuesta, lo que al respecto comenta Caro Baroja: “La iglesia, de una manera u otra, recordaba de continuo el estigma del Deicidio. Lo demás venía como secuela o consecuencia moral”. Y pone un ilustrativo ejemplo: A comienzos del siglo XIV, los judíos de Segovia “pagaban como tributo a sus señores treinta dineros en oro por cabeza, cantidad simbólica que venia a rememorar los treinta dineros que dieron a Judas por Jesucristo”.

d) Usura y envidia: Fueron, en gran parte, la carga emocional en que se alimentó el rencor del cristiano hacia el judío. Las envidias sociales hacia aquellas florecientes comunidades hebreas.  




Bibliografía
Rábade Obrado, María del PILAR. (2004). Cristianos Nuevos. Diciembre de 2016, de SOEEM Sitio web: http://www.medievalistas.es/ 

Belmonte, J. Leseduarte, P.. (2007). La expulsión de los judíos. Bilbao: Ediciones Beta.



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