27 ago 2016

La pacificación de Castilla y Aragón

El principal logro de Fernando e Isabel fue llevar la paz y el orden a España. La pacificación entrañaba algo más que el restablecimiento de la tranquilidad: había que modificar antiguos habitos e introducir cambios de gran alcance en la vida política, económica y social. La pacificación no fue sólo un preludio de la reforma, sino también una consecuencia de ésta: un largo proceso que casi se tardó dos decenios en realizar. La entrada triunfal de los soberanos en Sevilla, en 1477, terminaba la fase militar del proceso en Castilla. A fin de asegurarse la corona de Aragón a la muerte de Juan II, Fernando consagró los meses de junio a octubre de 1479 a visitar Zaragoza, Barcelona y Valencia y a jurar los fueros. En Barcelona abolió el régimen militar de capitanes generales que había impuesto su padre, introdujo planes de restitución general de las propiedades tomadas durante las guerras civiles de 1462 a 1472 y convocó unas Cortes que estuvieron reunidas en 1480 a 1481.



El proceso de paz afectó a toda España, y no sólo a Castilla, de ahí la importancia del viaje que hicieron por Aragón en 1481 los reyes y su heredero, el infante don Juan. Isabel inició el viaje en abril, asistiendo a las Cortes aragonesas de Calatayud, donde Fernando promulgó un decreto por el que se la confirmaba como su igual absoluta en todos los respectos. De julio a noviembre estuvieron juntos en Barcelona, donde Isabel actuó de árbitro en una controversia entre las Cortes catalanas y Fernando; después siguieron a Valencia y de allí a Castilla. España, al igual que otros países europeos, seguía estando dominada por un intenso patriotismo local, y el rey y la reina tenían plena conciencia de que su propia presencia personal era la mayor garantía de orden. Aunque pasaban la mayor parte del tiempo en Castilla, no descuidaron del todo a Aragón, y volvieron a hacerle una visita en 1487-1488. 

Si la monarquía de Fernando e Isabel tenía un centro, éste se hallaba únicamente en sus personas y no en una capital fija. Se preocupaban de estar en todo momento donde hiciera falta su presencia. El absentismo de Aragón de Fernando no tenía solución eficaz, pero Fernando tenía dos métodos de mantener su control. En primer lugar, solía ir acompañado por un equipo de secretarios aragoneses y catalanes que despachaban los asuntos de los reinos orientales. En segundo lugar, recurría a virreyes, escogidos por lo general entre sus parientes, para que actuaran como lugartenientes suyos. Castilla, en cambio, contaba con la presencia casi permanente de Isabel. Los Reyes Católicos fueron los gobernantes más viajeros de toda la historia de España y quizá -con la excepción de su sucesor Carlos V- de toda la historia de la Edad Moderna en Europa.



O sea, que el ingrediente básico de la pacificación era la utilización firme de la autoridad personal directa: ese era el aspecto esencial del poder de los Reyes Católicos: "todos temblaban al nombre de la reina", comunicaba un visitante extranjero en 1484. Ambos monarcas eran partidarios inflexibles de una autoridad firme, pero no tiene sentido calificarlos de "absolutistas", pues no disponían de ninguno de los atributos del poder estatal: no había capital, ejército permanente, burocracia, ingresos seguros ni, desde luego, ninguna teoría del absolutismo. Su concepto de la soberanía era medieval. La idea de "señorío" tenía más penitencia que la idea más elevada de un gobernante supremo, y su título era de "Altezas" y no de "Majestades". Se enendía que su autoridad era de origen divino, pero también se derivaba de la comunidad en general.

A Isabel su sexo no le impuso ninguna desventaja: en España se aceptaba la sucesión femenina, y normalmente las mujeres enían reconocidos sus derechos a la propiedad. Sin embargo, reconocía que la autoridad moral de dos podía ser superior a la de uno, y ordenó a sus cronistas que informaran de todos los actos de Estado como realizados por "el rey y la reina" conjuntamente, aunque en alguna ocasión no estuvieron juntos.



Bibliografía
Henry Kamen. (1984). Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714. Madrid: Alianza.

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