22 mar 2011

La apariencia de Ana Bolena




Ana Bolena no era una gran beldad. El embajador veneciano, que la describió en un momento en que toda Europa estaba ávidamente interesada en ese fenómeno de la corte inglesa, la consideró "no una de las mujeres más hermosas del mundo". Uno de sus capellanes favoritos dio la opinión de que Bessie Blount era más guapa: Ana Bolena era sólo moderadamente bonita. 

Por supuesto, debemos descartar la propaganda malintencionada: historias de un bocio que le desfiguraba el cuello y una grotesca variedad de lunares y verrugas. Aparte del rumor acerca del sexto dedo, que trataba de ocultar utilizando largas mangas. Tal monstruosidad difícilmente le hubiese granjeado el amor de un monarca (y de otros). Pero ni siquiera el retrato más hostil de Ana, impreso en 1585, del renegado católico Nicolas Sander, que presumiblemente nunca la vio ya que tenía nueve años cuando ella murió, en realidad contradice mucho los retratos y los juicios contemporáneos más objetivos. 

Parte de este tibio elogio pudo ser consecuencia de que su aspecto no coincidiera con el ideal del pelo rubio y los ojos celestes de la época. En teoría, a las morenas se las veía con sospecha y Ana Bolena era morena: "trigueña" según su admirador, el poeta sir Thomas Wyatt. Las rubias como María, la hermana del rey Enrique VIII, o, en una generación anterior, la turbulenta belleza Caterina Sforza, eran el ideal contemporáneo. Recordaran que la belleza naturalmente rubia de Catalina de Aragón había recibido aprobación cuando llegó a Inglaterra. 

Caterina Sforza

María Tudor, la hermana de Enrique VIII


Las lociones de belleza, de las que había muchas, en general implicaban el blanqueo de la piel y la aclaración del pelo mediante el uso de ingredientes tan diversos como semillas de ortiga, cinabrio, hojas de hiedra, azafrán y azufre.
Hubiese requerido muchísimo azafrán y azufre aclarar la tez aceitunada de Ana Bolena. Ése era otro elemento sobre el cual coincidían los comentaristas: consideraran el color de su piel "bastante oscuro" o cetrino "como si sufriera ictericia", o "no tan blanca...sobre todo lo que podemos estimar". Tenía algunos lunares, aunque no la afeaban sino que, por el contrario, destacaban su encanto. Su pelo, por espeso y brillante que fuera, era sumamente oscuro (se ha sugerido que le debía ese color a su abuela irlandesa). Y sus ojos eran tan oscuros que parecían casi negros. Pero el ideal de belleza era una cosa y la atracción física otra muy distinta. Obviamente Ana Bolena ejercía una especie de fascinación sexual sobre la mayoría de los hombres que la conocían; ya que fuera que suscitara deseo u hostilidad. 


Los ojos negros eran brillantes y expresivos, realzados por esas "cejas oscuras, sedosas y bien marcadas" que elogiaba una obra italiana contemporánea sobre la belleza de las mujeres como "la dote de Venus".  De Carles, el biógrafo contemporáneo de Ana, los describe con lirismo: ella sabía bien cómo "usar [sus ojos] con efecto", sea que los dejara deliberadamente en reposo o los utilizara para enviar un mensaje silencioso que llevaba "el testimonio secreto del corazón". En consecuencia, muchos se sometían a su poder. * Más prosaico, el embajador veneciano, al referirse a sus ojos, decía que eran "negros y bellos". La boca que él describía como "ancha" (otra teórica desventaja en la época), Sander la consideraba bonita. En los retratos, con los labios levemente fruncidos, tal vez para contrarrestar su boca demasiado "ancha", tiene un aire a la vez remilgado y provocativo, lo que probablemente se aproxima a la verdad. 

*Hasta una notoria descripción posterior —una "puta de ojos saltones"—  indica que los ojos de Ana Bolena eran un rasgo notable de su aspecto; aunque "ojos saltones" significaba entonces también "estrábicos" además de "prominentes, de mirada fuerte o movedizos". 




Ana Bolena era "de estatura mediana" (por supuesto, mucho más alta que la reina Catalina). Parece haber sido muy delgada, o, al menos, de senos discretos: el embajador veneciano observó que su pecho no se "elevaba mucho". Pero un detalle mucho más importante de su aspecto, cuando Ana llegó a la corte, era su elegante cuello largo; eso, sumando a las maneras que había aprendido en Francia le daba una gracia especial, sobre todo cuando bailaba, que nadie negaba. William Forrest, por ejemplo, un autor interesado en elogiar a la reina Catalina, daba testimonio de la habilidad "excelente"de Ana en la danza y también de su bonita voz al cantar. En suma: "Una damisela joven y lozana, capaz de correr..."
Aunque no era "una de las mujeres mas hermosas del mundo", lo mas atrayente de Ana era su carisma, su viva personalidad, su elegancia, ingenio y habilidades para la danza y la música.

La damisela joven y lozana tenía otras cualidades, algunas más obvias que otras, en el momento de su regreso a Inglaterra. Era "muy ingeniosa", escribió Cavendish en su Life of Wolsey, otra fuente sin prejuicios en favor de Ana Bolena. El juicio, que iba más allá de la mera inteligencia, tenía connotaciones de espíritu e intrepidez; en otras palabras, Ana era una compañía agradable. Como mucha gente vivaz, podía mostrar cierta impaciencia: en ocasiones demostraba mal genio y una lengua afilada. 

El carácter fuerte de Ana resulto fatal en el enfriamiento de su relación con Enrique VIII.  El rey se sentía atraído por la viveza e ingenio de su amante. Aquellas eran unas cualidades que no resultaban deseables en una esposa. Cuando Ana se caso con Enrique, él ya había pasado los 40 años y deseaba una esposa obediente que no se entrometiera en los asuntos políticos. 



Bibliografia 
Fraser, Antonia: Las Seis Esposas de Enrique VIII, Ediciones B, Barcelona, 2007